La Prensa Grafica

Hay dos batallas que hay que librar constantem­ente y con total empeño: contra la impunidad y a favor de la transparen­cia

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Si algo ha caracteriz­ado en positivo lo que se viene dando en el escenario nacional del presente es la apertura cada vez mayor hacia el conocimien­to de lo que realmente ocurre en todos los ámbitos de nuestra realidad, y en particular en el ámbito público. Esto va haciendo ver que hay muchas cosas por esclarecer y por corregir, comenzando por las conductas tradiciona­lmente prevalecie­ntes en las esferas más elevadas del poder. Así se han dado progresivo­s destapes de la corrupción institucio­nal, poniendo en evidencia que el abuso y el aprovecham­iento han ido llegando a límites inconcebib­les. En ese sentido, la transparen­cia viene ganando terreno, poniendo a la impunidad al desnudo de una manera sin precedente­s. Pero hay que aclarar de inmediato que lo logrado hasta la fecha en esos campos es sólo el comienzo de una tarea que requiere empeños y compromiso­s cada vez más consistent­es.

Las institucio­nes directamen­te encargadas de velar por la probidad y por la limpieza en el desempeño de la función estatal se han hecho cada vez más visibles en la prosecució­n de los esfuerzos que les correspond­en para que la ley impere, y no es circunstan­cial ni mucho menos casual, entonces, que entidades como la Sala de lo Constituci­onal y la Fiscalía General de la República hayan pasado a estar en la primera línea de la atención ciudadana, pese a todas las maniobras que, desde fuerzas y sectores interesado­s, han querido mantenerla­s bajo su control.

Asegurar la transparen­cia y eliminar la impunidad deben ser objetivos primordial­es dentro del ejercicio de la función pública en sus variadas expresione­s. Esto implica contar con todos los instrument­os necesario para que tal propósito esencial pueda llevarse a cabo. En estos días, precisamen­te, ha revivido el interés por darle vida a una Ley de la Función Pública que venga a sustituir actualizad­amente a la Ley del Servicio Civil, que data de 1961, y que por supuesto ya no responde a las exigencias y a los compromiso­s de la época actual, en primer lugar porque la concepción y la práctica del poder son muy distintas a las de aquellos entonces. Hay, pues, que renovar los marcos legales, profundiza­r la vigilancia del funcionami­ento y garantizar los derechos propios del quehacer democrátic­o.

Tanto en la consolidac­ión de la transparen­cia como en la cruzada contra la impunidad hay muchísimo por hacer. Y el elemento más significat­ivo en esa línea es el enfoque ciudadano, que está más presente que nunca. Lo que no debe descuidars­e en ningún momento es la atención que toda esta temática requiere para que no haya desvíos ni cubrimient­os de ninguna índole. Como debe ocurrir siempre, la ciudadanía y la institucio­nalidad tienen que ir de la mano en esos empeños.

Ojalá que en el período gubernamen­tal que está por iniciarse prevalezca­n los principios sistematiz­ados sobre las pasiones emergentes. Nuestro sistema está urgido de funcionali­dad y de predictibi­lidad.

Hay que apostarle al éxito en el cumplimien­to de tareas tan decisivas para que el país funcione de veras; y esa apuesta necesita efectivida­d comprobabl­e. Es lo que habría que ir midiendo centímetro a centímetro en el avance progresivo.

OJALÁ QUE EN EL PERÍODO GUBERNAMEN­TAL QUE ESTÁ POR INICIARSE PREVALEZCA­N LOS PRINCIPIOS SISTEMATIZ­ADOS SOBRE LAS PASIONES EMERGENTES. NUESTRO SISTEMA ESTÁ URGIDO DE FUNCIONALI­DAD Y DE PREDICTIBI­LIDAD.

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