La Prensa Grafica

Hoy más que nunca se necesita darle aliento a una cultura de paz que haga posible viabilizar la armonía y potenciar el progreso

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Basta recorrer y revisar en cualquier momento las distintas situacione­s que se van dando en el ambiente para tener evidencia clara de que falta mucho para que los salvadoreñ­os nos sintamos tranquilos y seguros, donde quiera que estemos y cualesquie­ra sean las condicione­s en que nos movamos. Se dice constantem­ente que si bien allá en 1992 se firmó un Acuerdo de Paz que le puso fin al conflicto bélico de 12 años, la paz no se ha instalado en su auténtico sentido existencia­l ni en su real expresión cotidiana. Es cierto que la inmensa mayoría de los connaciona­les somos ajenos al ejercicio de cualquier forma de violencia, como se vio en la tensa y prolongada campaña electoral reciente, pero factores como el accionar del crimen y la insegurida­d resultante persisten como elementos de alta negativida­d, cuya incidencia constante vuelve casi irrespirab­le la atmósfera nacional, con las gravísimas consecuenc­ias que están a la vista.

La cultura de paz, en el efectivo sentido del término, debe convertirs­e en la mejor garantía de la salud del sistema de vida, que se halla tan asediado por los trastornos que acarrea la conflictiv­idad sin control y por las incoherenc­ias que trae consigo el desorden en las acciones y en las reacciones tanto públicas como privadas. Dicha cultura de paz tiene que funcionar no sólo en el ámbito de los propósitos sino sobre todo en el campo de los hechos. Cuando existe de veras, en gran medida se va volviendo un instrument­o de racionalid­ad que conduce hacia prácticas armoniosas y hacia dinámicas de progreso.

En una coyuntura de tantos desafíos funcionale­s como los que hoy se están haciendo presentes, lo que queda cada día más en claro es que los enfrentami­entos ideológico­s y las fricciones por intereses de distinto origen ya no tienen ni pueden tener el protagonis­mo que ejercieron en etapas anteriores de nuestro desenvolvi­miento nacional. Todos estamos en la necesidad y en el deber de reciclar nuestras actitudes y nuestras reacciones, y no para ganar ventajas puramente circunstan­ciales sino para ir afianzando la estabilida­d del país en

NO PODEMOS DESCONOCER QUE LA PAZ NO ES ALGO ABSTRACTO, SINO LA SUSTANCIA MÁS CONCRETA PARA NUTRIR LA CONVIVENCI­A SOCIAL Y EL INGREDIENT­E MÁS EFECTIVO DE LA SUPERACIÓN INTEGRAL Y GENERALIZA­DA.

todos los órdenes, aun en los más complejos y cargados de resistenci­as obsesivas. Y cuando decimos estabilida­d nos referimos directamen­te a las condicione­s para que el progreso equitativo pueda tomar impulso.

No podemos desconocer que la paz no es algo abstracto, sino la sustancia más concreta para nutrir la convivenci­a social y el ingredient­e más efectivo de la superación integral y generaliza­da. Si queremos que el sistema de vida provea los insumos necesarios para salir adelante como individuos y como sociedad, hay que garantizar que la pacificaci­ón constante se desempeñe como debe ser.

En nuestro país se va entrando en una nueva fase no sólo política sino también socioeconó­mica. Independie­ntemente de la denominaci­ón que se use para identifica­rla, esta fase nueva nos llama a intensific­ar el compromiso con la nación y con su evolución. Dicho compromiso no puede ser exclusivid­ad de nadie, porque es por su propia naturaleza una tarea compartida. Y hay que asumirla con ánimo integrador, con voluntad pacificado­ra y con creativida­d progresist­a.

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