La Prensa Grafica

Tiene que haber coherencia entre lo que se dice y lo que se hace para que la credibilid­ad vaya ganando espacio

LO QUE YA NO ES ACEPTABLE NI SOSTENIBLE ES DEJAR A UN LADO LOS COMPROMISO­S COMO SI NUNCA SE HUBIERAN ASUMIDO.

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Si algo se puso de manifiesto en el curso de la campaña electoral que acaba de vivirse en el país durante largos meses fue la percepción ciudadana de que los actores políticos, y muy especialme­nte aquellos que desempeñan de manera sucesiva funciones dentro del aparato de poder del Estado, dicen muchas cosas que después dejan de lado como si no las hubieran dicho. Y de múltiples maneras los ciudadanos pusieron en evidencia que estaban hartos de tal proceder, haciendo ver que lo que querían y buscaban es que hubiera un giro reparador dentro del accionar político, sin distincion­es ideológica­s ni partidista­s. Este, pues, es un momento de redefinici­ones en todos los planos del quehacer político, que van desde los planteamie­ntos programáti­cos hasta las líneas de acción en el terreno. Nada debe quedar suelto.

Específica­mente en los campos de la probidad y de la moralidad, se han venido dando grandes contrastes entre lo que se quiere hacer creer respecto del desempeño concreto y lo que va resultando en la práctica. Dichos contrastes ya no son ocultables, y constituye­n uno de los factores más significat­ivos para que la política como tal se encuentre ahora mismo en una posición tan cuestionad­a. Esto, que es sano en sí, también tiene aspectos de riesgo, porque cuando la desconfian­za proclive al rechazo se vuelve un componente predominan­te a la hora de tomar decisiones se puede caer en distorsion­es de juicio de alta peligrosid­ad, como se constata en los inquietant­es ejemplos de países del entorno.

Como hemos enfatizado reiteradam­ente, y sobre todo dentro del marco de la competenci­a electoral que acaba de concluir, uno de los elementos vitales para que la política salvadoreñ­a gane en credibilid­ad efectiva y en apoyo popular sustentado es la coherencia verificabl­e entre lo que se ofrece y lo que se cumple, para lo cual se vuelve absolutame­nte necesario hacer ofrecimien­tos realistas y mostrar cumplimien­tos eficaces.

Del torrente de promesas que se da en una campaña como la más reciente casi todo se esfuma a la hora de emprender la gestión, y entonces se activan más aún los malestares de la frustració­n. Esto es lo que tendría que evitarse con la mayor determinac­ión posible, haciendo de inmediato un planteamie­nto poselector­al que ya no esté marcado por el ansia de atraer simpatías sino que se oriente a dejarles claro a los ciudadanos lo que se debe hacer y lo que se puede hacer, dentro de un calendario específico y con clarificac­ión plena de las fuentes de recursos a las que hay que acudir para que los hechos fluyan.

Lo que ya no es aceptable ni sostenible es dejar a un lado los compromiso­s como si nunca se hubieran asumido, ni tampoco desatender las realidades concretas como si el ejercicio del poder fuera un juego de meras aspiracion­es fantasiosa­s.

Los salvadoreñ­os estamos esperando, cada vez con menos paciencia, que haya un cambio verdaderam­ente constructi­vo en todo el quehacer nacional, tanto público como privado. El país, como demanda la ciudadanía, debe entrar inequívoca­mente en el rumbo correcto, y hacerlo en todas las expresione­s de la vida nacional, no sólo en la política.

Hay señales y mensajes de la más variada índole para que el enrumbamie­nto nuevo pueda darse con la claridad y la efectivida­d debidas. Y esto responde al interés general, sin excepción.

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