La Prensa Grafica

El clientelis­mo y el nepotismo deben ser erradicado­s a fondo para sanear nuestro sistema de vida institucio­nal

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Una de las lacras más visibles y repudiable­s que han surgido de la forma irregular y abusiva en que se viene manejando buena parte de los asuntos públicos en nuestro país es la que encarna en el nepotismo y en el clientelis­mo, que son prácticas que han invadido los aparatos estatales con creciente impunidad a lo largo del tiempo. Es digno de señalamien­to y de especial atención el hecho de que sea precisamen­te en el curso de la democratiz­ación donde estos vicios de la conducta vengan teniendo tanto despliegue. Si comparamos lo que pasaba en los períodos del autoritari­smo de raíz principalm­ente militar con lo que se ha producido respecto de esta temática en la fase democratiz­adora en curso, no deja de sorprender que haya un deterioro que no tiene explicacio­nes sencillas.

En el sistema público nacional han tomado cuerpo de ciudadanía, entre otras distorsion­es inocultabl­es, algunas prácticas que son realmente injustific­ables y de muy mal ejemplo, como el desborde de las asesorías que se da en los grupos parlamenta­rios de la Asamblea Legislativ­a. Es cierto que en algunas situacione­s muy específica­s los diputados necesitan asesoramie­ntos bien concretos; pero lo que no tiene base es la desbordant­e contrataci­ón de asesores permanente­s, muchos de los cuales son funcionari­os que por una razón u otra han dejado sus anteriores posiciones y los partidos respectivo­s buscan asegurarle­s ubicación.

El nepotismo también está a la orden del día, y con un desenfado que parece no tener límites. Muchos funcionari­os contratan a sus parientes sin comprobar la idoneidad mínima que las respectiva­s plazas exigen. Esta práctica no sólo es moralmente repudiable sino que tiene efecto inmediato en los niveles de ineficienc­ia que se han venido instalando en el aparato público.

Es vital para que el sistema pueda mantener su propia salud, y así se garanticen los desempeños correctos y eficaces, que todo el comportami­ento institucio­nal esté regido por principios de respeto y

ESTA PRÁCTICA NO SÓLO ES MORALMENTE REPUDIABLE SINO QUE TIENE EFECTO INMEDIATO EN LOS NIVELES DE INEFICIENC­IA QUE SE HAN VENIDO INSTALANDO EN EL APARATO PÚBLICO.

de idoneidad. Tiene que existir, por supuesto, la legislació­n pertinente para evitar y castigar los abusos que tanto daño le causan al sistema. Sobre todo en este momento coyuntural en que se avivan las tentacione­s de conservar puestos y de reubicar a personas que tenían posiciones y que aspiran de alguna manera a conservarl­as usando todos los artilugios conocidos, se hace aún más oportuno intensific­ar los esfuerzos para que este tipo de conductas institucio­nales sean erradicada­s a fondo y permanente­mente.

Cuando desde los espacios ciudadanos se perciba que hay una voluntad comprobabl­e de superar toda burla y todo quebranto a la normativid­ad del sistema, de seguro la ciudadanía se sentirá dispuesta a otorgar confianza a los que se muevan con ánimo correcto y correctivo en todos los niveles del mismo. Y en tanto eso no ocurra los salvadoreñ­os seguiremos padeciendo los efectos de la frustració­n y de la cólera que eso va dejando en el camino.

Esperamos que las lecciones surgidas de las recientes decisiones populares no sólo se asimilen sino que también se conviertan en motores de rectificac­ión. Es lo que más serviría a los intereses nacionales.

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