¿Y entonces, hacia dónde vamos?
Terminó la campaña. El Pueblo eligió; y mal o bien, lo hecho, hecho está. Algunos salieron con la sensación de victoria después del 3 de febrero y otros de derrota; pero una vez terminada la contienda, debería ser momento de pasar la página; y si los protagonistas lo logran y ayudan a sus simpatizantes a hacerlo, el país saldrá victorioso. Si no, si los que ganaron continúan azuzando y llamando a la división; y los que perdieron no alcanzan a ver ningún acierto en lo que haga el nuevo presidente; entonces, el país habrá perdido, la polarización de la que tanto se ha hablado se acentuará, los unos odiarán más a los otros; y todos estarán esperando a que cualquiera tire la primera piedra para empezar una nueva guerra.
La situación no podría estar más caldeada. Cualquiera que encienda un cerillo hará estallar el polvorín. Los grupos ven enemigos imaginarios en cualquier esquina y si algún portador de un celular de gama media ve a dos amigos del “bando” contrario comiendo tacos, se imagina un complot, saca la cámara y “sube” una foto al twitter para demostrar cómo las fuerzas del mal están a punto de conquistar la tierra en una trama digna de “la Guerra de las Galaxias”.
La situación está por estallar y si grave es que un tuitero insulte a otro ciudadano, infinitamente más grave es que el presidente electo amenace y no a una persona, sino a la corporación policial y de ribete a la Fiscalía General de la República. Esto es lo que recientemente ha hecho quien todavía no es funcionario, pero que nos recuerda constantemente que será ungido el 1 de junio.
El presidente tendrá nuestro apoyo en lo que haga bien; y aplaudiremos discursos como el que propuso en la “Heritage Foundation”, en donde llamó a la reconciliación, recordó la necesidad de trabajar de la mano de la libre empresa y de una oposición constructiva y necesaria para evitar los desmanes del poder; aceptando la invitación del jefe del COENA para dialogar a su regreso al país. Pero tendrá nuestra más enérgica respuesta y desaprobación, cuando actúe como lo hizo apenas unos días después, en el momento de tocar tierras salvadoreñas, cuando se inventó cualquier excusa para desdecirse de la palabra que acababa de empeñar (incluso mandando copia a la fundación donde recién había dado el discurso libertario) y volviendo a la práctica adolescente de los twitters, dijo que ya no se reuniría con Interiano; y empezó otra vez su carrera mediática, ahora con más peligrosas amenazas, porque ya no se trata de un candidato más, sino del elegido para gobernar la patria de todos los salvadoreños; y porque no puede, ni hoy, ni menos cuando ejerza la primera magistratura, ordenar que se suelte a quien la policía ha detenido en flagrancia, solo porque a él se le antoja. ¿De qué sirve entonces hablar de combatir la corrupción y la impunidad, si con la primera acción se contradice todo?; ¿es que aquello de la CICIES era solo para los enemigos del nuevo césar, y estamos delante de un nuevo régimen que ordenará apresar en dos horas a quienes se le opongan, o soltar arbitrariamente y en el mismo tiempo a quienes sean agradables a los ojos del todopoderoso presidente?
Es muy grave la señal y muy diferente de lo dicho allá en Washington, donde se mostró como un paladín de la democracia. Nos cabe entonces la terrible pregunta: ¿y entonces, hacia dónde vamos?