Los tres Órganos Fundamentales del Gobierno deben actuar en armonía, con la responsabilidad y el respeto debidos
Uno de los factores fundamentales para medir la efectividad del desempeño democrático en cualquier tiempo y lugar es la vigencia del principio de armonía básica que debe prevalecer en los distintos ámbitos de una sociedad determinada; en este caso, la nuestra. Y si algo ha sido una falla constante y muy desestructuradora en el ambiente es la renuencia sistemática a crear y activar mecanismos de comunicación y de interacción entre fuerzas y entre liderazgos tanto en lo político como en lo gubernamental. Eso ha hecho que el tránsito de un Gobierno a otro haya estado marcado por la desconexión prácticamente total, lo cual impide darle seguimiento a lo positivo y corregir ordenadamente lo negativo.
Si por algo nuestra democracia tiene una secuencia tan descoordinada es por la falta de un hilo conductor que organice el avance y vaya desplegándolo de manera planificada y consistente. De seguro uno de los factores que más vienen incidiendo en el desencanto y en el descontento de la ciudadanía es esa incoherencia que ya se volvió hábito petrificado, lo cual impide en gran medida que haya tratamientos funcionales para los grandes problemas del país, cuyas soluciones en consecuencia aparecen cada vez más distantes e indefinidas.
Luego de las dos elecciones más recientes, la del 4 de marzo de 2018 y la del 3 de febrero de este año, la sensibilidad política de las distintas fuerzas y liderazgos que se mueven en dicho escenario tendría que entrar en razón, no sólo para reajustarse internamente a los requerimientos de esta nueva realidad sino también para contribuir a fondo a que el sistema de vida institucional tenga a su servicio un esquema partidario realmente sólido y confiable.
Más que de hacer señalamientos agresivos, de insistir en culpaciones descalificadoras, de encastillarse en conflictividades inútiles y de seguir viendo hacia atrás en vez de orientar los enfoques hacia adelante, lo que este momento histórico tan decisivo nos demanda a todos, comenzando por aquellos que asumirán el encargo de la conducción
HAY QUE DEJAR DE LADO DE UNA VEZ POR TODAS LA MANÍA DESCALIFICADORA, QUE HACE QUE EL FALSO RETORICISMO VAYA GANANDO TODOS LOS ESPACIOS COTIDIANOS. HECHOS, NO PALABRAS, EXIGE LA REALIDAD CON GRAN APREMIO.
nacional, es orientarse hacia la sana cooperación al servicio de los mejores intereses del pueblo salvadoreño, que continúa a la espera, ya muy impaciente, de funcionalidad razonable y de efectividad con resultados.
Y en este orden, los tres Órganos Fundamentales del Gobierno –Legislativo, Ejecutivo y Judicial– están en el deber inexcusable de dar muestras inmediatas de que entienden la lógica del momento actual y están dispuestos a someterse a ella con todas sus voluntades puestas en fila, para lograr que las proyecciones de progreso puedan factibilizarse.
Hay que dejar de lado de una vez por todas la manía descalificadora, que hace que el falso retoricismo vaya ganando todos los espacios cotidianos. Hechos, no palabras, exige la realidad con gran apremio. Y hechos que no sean repentistas ni caprichosos sino razonados y pertinentes.
Lo que habría que garantizar cuanto antes es que las lecciones y los mensajes recibidos induzcan a todos a actuar de manera sensata y prudente, porque de lo contrario los factores críticos mantendrán su delantera en perjuicio general.