La sana conducción y el buen equipo de trabajo son claves para asegurar que haya funcionalidad efectiva en la gestión pública
En las próximas semanas tendrán que ponerse de manifiesto en nuestro ambiente político una serie de iniciativas que sin duda serán determinantes de lo que vaya a ocurrir en el país en los años por venir. La nueva Administración ejecutiva entrará en funciones el 1 de junio, y desde ese preciso momento se podrán empezar a visualizar las perspectivas concretas del inmediato futuro, a partir de los mensajes programáticos que entonces se envíen y de la configuración del equipo de trabajo que se dé a conocer. La coyuntura es desde luego muy diferente a las que se dieron en los distintos relevos gubernamentales que se han sucedido en esta época posterior al conflicto bélico, y eso sin duda crea un escenario sin precedentes, que exige nuevos enfoques realistas y visionarios y esquemas de valoración mucho más precisos y cuidadosos.
Para empezar, el hecho de que el Gobierno que entra no tenga una correlación de fuerzas que le dé apoyo definido en la Asamblea Legislativa abre una interrogante de alto voltaje. Hasta la fecha no se han visto movimientos dirigidos a lograr dicha correlación, e impulsarlos será inevitable porque el curso normal de los sucesos requiere concretar decisiones que no van a surgir de la nada. Y uno de los signos más inquietantes que por ahora imperan es la falta de señales sobre cuáles serán los criterios de gestión de aquí en adelante. Esto tendría que empezar a dibujarse en concreto desde el primer mensaje presidencial, con el acompañamiento de la revelación del equipo gubernamental que pondrá en ejecución el trabajo en las distintas áreas.
Ha quedado demostrado, por la evidencia de los hechos, que hay que hacer un giro en el manejo de la cosa pública, tal como lo puso de manifiesto la voluntad ciudadana en las urnas que hablaron tanto el 4 de marzo del pasado año como el 3 de febrero del año en curso. Hay que ir, entonces, en la ruta de lo que la misma ciudadanía considera un “rumbo correcto”, luego de opinar en todas las encuestas en que se le pregunta al respecto que el país va por el “rumbo incorrecto”.
Esto tiene que tenerlo muy presente el nuevo
liderazgo gubernamental, para comenzar la implementación de la línea reorientadora en cuanto asuma funciones. Y al respecto hay que tener muy en cuenta que no es cuestión de implantar novedades al azar de las circunstancias o de los intereses, sino de presentar iniciativas que efectivamente puedan responder a la solución de los problemas y que en tal sentido sean verificables.
La ciudadanía ha ido haciéndose cada vez más presente en su función de vigilancia del desempeño dentro de las distintas instancias públicas, y esto de seguro no sólo se mantendrá, sino que irá en crecimiento. El pensar y el sentir ciudadanos ya no dan cartas blancas a sus representantes en las distintas áreas del poder; y eso deben asumirlo todos los que lleguen a ejercer funciones conductoras o ejecutoras, sin distingos por procedencia o manera de ser.
Nuestro proceso de evolución política se halla en una coyuntura que demanda la máxima atención, desde cualquier ángulo que se mire. En realidad lo que ocurra será responsabilidad de todos, y todos deben poner lo suyo para que el país resulte en definitiva bien librado.
Esperamos que en lo que viene no vaya a imponerse la trasnochada conflictividad, sino que salga adelante la sana práctica de los pesos y los contrapesos. Es lo que la lógica del quehacer democrático demanda insistentemente a cada paso.
ESPERAMOS QUE EN LO QUE VIENE NO VAYA A IMPONERSE LA TRASNOCHADA CONFLICTIVIDAD, SINO QUE SALGA ADELANTE LA SANA PRÁCTICA DE LOS PESOS Y LOS CONTRAPESOS.