Nuestra sociedad está más necesitada que nunca de poner en primer término la práctica de los valores esenciales
En estos días de Semana Santa se tienden a dar, pese a todas las circunstancias profundamente perturbadoras que continúan imponiéndose en el ambiente, impulsos de distensión anímica que responden a la misma naturaleza de las conmemoraciones religiosas propias de estas fechas. Sabemos que la criminalidad organizada y territorializada no da tregua, y lo que pasa en comunidades como la de Apopa, donde las pandillas posesionadas del terreno hacen inmisericordemente de las suyas, lo pone en patética evidencia; pero aun así, y precisamente por eso, hay que continuar activando voluntades en la ruta del bien y de la paz.
En el trasfondo de los múltiples males que circulan sin tregua por todas las esferas de nuestra realidad, siempre se hace sentir la crisis de valores, que viene acumulándose de manera cada vez más determinante y agresiva. Esto ha sido producto de una gran cantidad de factores negativos que, al irse imponiendo sin controles eficaces de ninguna índole, han propiciado el desajuste continuado del sistema de vida, con las consecuencias socialmente inhabilitantes que están a la vista en forma cada vez más notoria.
Eso ha provocado que se haya vuelto una tarea de urgencia extrema la recuperación de los valores como guía normativa de todas las conductas que se mueven en los diversos espacios nacionales, y tanto en las áreas públicas como en los ámbitos privados. Hay valores esenciales que es preciso poner en primera línea, como la libertad, la solidaridad, la paz, el respeto, la concordia, la probidad y la ecuanimidad; pero también hay que hacer que la vida comunitaria se rija por las buenas prácticas de la urbanidad, que es una contribución esencial a la sana convivencia en todas las expresiones de la misma.
La conflictividad irrespetuosa y continuamente desbordada que se ha visto prosperar en el campo político es claro producto de la crisis de valores a la que estamos haciendo referencia. No hay contención verbal, y por eso las descalificaciones ofensivas
LA CONFLICTIVIDAD IRRESPETUOSA Y CONTINUAMENTE DESBORDADA QUE SE HA VISTO PROSPERAR EN EL CAMPO POLÍTICO ES CLARO PRODUCTO DE LA CRISIS DE VALORES A LA QUE ESTAMOS HACIENDO REFERENCIA.
proliferan; y tampoco hay autocontrol de los impulsos, y por ello se promueven iniciativas que son brotes del momento, como se ve en la Asamblea Legislativa sobre todo en estas vísperas de una gestión gubernamental que tiene a todos en vilo, tanto a los que llegarán al gobierno como a los que tendrán que actuar desde la oposición.
Lo que en realidad se hace imperioso es orientar y ordenar todas las dinámicas del proceso, desde las personales hasta las colectivas, conforme a los principios y a los valores de una convivencia auténticamente pacífica. Esto implica poner en marcha la cultura de paz, no como recurso retórico sino como compromiso pragmático.
El momento es más que propicio para plantearse estos temas cruciales, no sólo como reflexión sino sobre todo como propósito. La misma realidad nos lo está poniendo sobre la mesa, con el empeño que la caracteriza.
De lo que sí no hay duda, ni podría haberla, es de que los desafíos que ya están aquí son insoslayables, y hay que encararlos con toda sinceridad y determinación, porque no queda de otra, como se dice en el habla popular.