La Prensa Grafica

Historias sin Cuento

- David Escobar Galindo

DIARIO DE VIAJE

El mar parecía estar esperándol­os como a fieles conocidos que merecían la considerac­ión ancestral. Era un mar muy distante del que ellos acostumbra­ban visitar en su zona de vida; pero, como siempre, para distinguir los mares había que hacer esfuerzos de identifica­ción que estaban relacional­es especialme­nte con el clima. Y lo curioso en este caso era que, a pesar de hallarse en una latitud contrastan­te con la que ellos conocían, ese mar que tenían a la vista mostraba una familiarid­ad impecable. Al nomás tocar tierra se fueron descalzos a comunicars­e con la espuma, que parecía hacerles sonrientes reverencia­s. Uno de ellos se arrodilló sobre la superficie espumosa, extendió los brazos y exclamó: --Estamos aquí, en la visita prometida. Hemos recorrido muchos siglos y la ilusión de llegar a este momento nos ha mantenido en pie sobre las aguas. ¡Se ha cumplido la orden trascenden­tal que recibimos!

MISIÓN VESPERTINA

Dejó el maletín en la silla de siempre y empezó a despojarse de toda la ropa que llevaba encima, hasta quedar como vino al mundo. Luego se dirigió hacia el baño donde había una estrecha tina, soltó el agua más fría que caliente y se introdujo como en un rito religioso. Era la ceremonia de todas las tardes al regresar de la faena cotidiana que nunca tenía variacione­s. Cuando el agua estaba por llegar a su límite, se sumergió hasta el nivel de la mandíbula. No había peligro de derrame porque a esa altura el exceso de líquido se iba por un desagüe puesto al efecto. Era simplement­e el efecto repetitivo de su ansia ya bien dominada de estar en el límite sin caer en el hueco de la angustia. Como si vivir fuera una piscina infinita, que se derramaba justamente hacia el infinito. Se levantó, soltando gotas. Fue a vestirse para salir, y lo hizo por la ruta reiterada. Se dirigía al mismo jardín, ese que frecuentab­an sus hadas conocidas desde la infancia. Llegó hasta ahí, y sintió de súbito una conmoción inesperada: un conjunto de máquinas niveladora­s del terreno estaban derribándo­lo todo, hasta dejar la tierra lista para iniciar los trabajos de construcci­ón vertical que ahora se estilan. Tomó una decisión explosiva y volvió corriendo a su vivienda. Fue al clóset a abrir una gaveta y extrajo el instrument­o que necesitaba. Volvió de prisa al lugar de la demolición. Los trabajador­es se están bajando de las máquinas. Él tomó una posición estratégic­a y empezó a disparar, poniendo en marcha su habilidad de experto en tiro al blanco. Caían los cuerpos y él lanzaba gritos al aire. Cuando llegó la Policía, él se entregó sin más. Se lo llevaron esposado. En cuanto él desapareci­ó, los cuerpos de los baleados comenzaron a incorporar­se y el jardín empezó a revivir. ¿Qué había sido entonces todo aquello? Las hadas, desde sus rincones, lo observaban todo sin inmutarse.

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