La Prensa Grafica

Domingo 4º de Pascua. San Juan 10. 27-30. Ciclo C.

- Por P. Dennis Doren,

Señor, le hablas a los judíos, a través de la siguiente parábola: “Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás; nadie las arrebatará de mi mano.

Me las ha dado mi Padre, y él es superior a todos, y nadie puede arrebatarl­as de la mano del Padre. El Padre y yo somos uno”.

En estos cuatro versículos está todo tu mensaje, es el núcleo central de tu Evangelio: nos llamas a participar de tu relación con el Padre, y esta es la vida eterna.

Jesús, quieres establecer una relación con tus amigos que sea el reflejo de la que Tú mismo tienes con tu Padre: una relación de recíproca pertenenci­a y de confianza mutua, en íntima comunión. Para expresar esta profunda armonía, esta relación de amistad, Jesús utilizas la imagen del pastor con sus ovejas: Tú las llamas, y estas reconocen tu voz, responden a tu llamada y te siguen. ¡Qué hermosa parábola!

El misterio de la voz es fascinante: pienso que desde el vientre de mi mamá aprendí a reconocer su voz, y la de mi papá; por el tono de una voz percibo el amor o el desprecio, el afecto o la frialdad. ¡Tu voz, Jesús, es única! Si la aprendo a distinguir, tú me guiarás en el camino de la vida, un camino que va más allá del abismo de la muerte.

Tus palabras, Señor, en este día, me llenan el alma de alegría y de confianza. Eres Tú, mi Redentor, eres el Buen Pastor, quien habla a sus contemporá­neos, a cada una de sus ovejas, y lo haces con toda la fuerza del amor por aquellos a quienes viniste a salvar. Quien se decida a seguirte tendrá bien claro, que estarás siempre a su lado, que una vez derramaste tu sangre por nosotros, Señor, y nos entregaste así a las manos de tu Padre, y de allí dices que nadie nos arrebatará de tu presencia. Hoy declaro que como una de tus ovejas he de escuchar tu voz para seguirte y vivir en Ti, y para ello he de tener esos momentos diarios de oración contigo, y leer y reflexiona­r tu Palabra diariament­e en cada Evangelio.

Mi mano, Señor, no se quiere separar nunca de la tuya; ¡qué consuelo saber que, estando contigo, nadie me puede arrebatar del Padre Celestial!

Mi propósito en este día es confiar ciegamente en Jesús, saber que Él es el buen Pastor que me conoce, me cuida y no dejará que me pierda o alguien me haga algún mal.

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