La Prensa Grafica

AL FIN LLEGASTE

- David Escobar Galindo

Mariluz caminaba todos los días unas cuantas cuadras desde aquella parada en que la dejaba el microbús que la traía desde su colonia hasta el lugar de trabajo, la fábrica de productos saludables que se expandía comercialm­ente cada vez más. Ella era puntual por enseñanza familiar desde que tenía memoria, y cualquiera podía seguirle la pista, con reloj en mano, sin que en ningún momento se alterara la cronología del trayecto. Lo que ella no advertía era que, a diario, desde la ventana de un edificio que se hallaba en la ruta, unos ojos la observaban con disciplina impecable. No tenía idea de aquella observació­n obsesiva, y por eso avanzaba tranquilam­ente, con el ritmo cronometra­do habitual. Pero un día de tantos se le atrasó el trabajo, y tuvo que salir más tarde. Estaba anochecien­do, y la negrura del cielo anunciaba tormenta inminente. Pese a ello, siguió con su paso normal. E iba ya a pasar enfrente del edificio donde estaba el pertinaz vigilante. En ese preciso minuto se desató la lluvia torrencial, con ráfagas incontenib­les. Se tuvo que refugiar en el vestíbulo, y hasta ahí, con sus ojos fijos e intensos, había bajado el hombre que la observaba. Ella quiso disimular, pero él se le acercó hasta casi tocarle la piel: --Te trajo la lluvia, y ya no vas a salir nunca de aquí. --¿Te conozco, verdad? --Sí, me conoces y te pertenezco. Soy tu amante. Ella soltó la risa. Podía deshacerse de todos sus disimulos.

JUEGOS PARA INOCENTES

La fiesta de despedida estaba por iniciar. El conjunto de pop rock se hallaba ya instalado en su tarima. Todas las mesas aparecían completame­nte aperadas para el momento, con sus manteles blancos de falda larga y sus candelabro­s erguidos. Él observó el panorama desde la puerta de ingreso, y sintió de inmediato que había arribado a un club emblemátic­o del Hollywood de los años 50. Era como si de pronto fuera a aparecer Gilda para iniciar su danza, es decir Rita Hayworth a la vista de Glenn Ford… Los invitados comenzaron a arribar. Sus compañeros de siempre, hoy casi todos con sus parejas. Él se puso en la entrada, para los saludos correspond­ientes, como era del caso por ser el centro de atención. La música empezó a sonar. El rock y el pop es alianza solidaria. Y al estar la concurrenc­ia completa las luces comenzaron a parpadear y se oyeron los brotes sonoros del champán emergente. Había llegado la hora. --¡Amigos todos!, ¿Quieren discursos o no? El silencio tuvo en ese instante cierto carácter fantasmal. Y lo rompió una voz casi susurrante que parecía venir de una taberna clásica: --Lo que queremos es refrescarn­os alegrement­e la garganta con Dom Perignon… --Pero no olviden que nuestro compañero de adolescenc­ia hoy se va a descubrir otros horizontes, porque la suerte así se lo ordena. Es una despedida y hay que tomarla con la seriedad del caso… El aludido reaccionó: --Sí, me voy, pero también me quedo, porque dicen que el Más Allá está en todas partes.

ESPECTROS FUGITIVOS

Las autoridade­s policiales llegaron ante el apremiante llamado de unos vecinos que dieron parte de una serie de asaltos en cadena en cosa de minutos. Los agentes se distribuye­ron por la zona, tratando de identifica­r y detener a los asaltantes, pero daba la impresión de que se los había tragado la tierra. Tocaron a muchas puertas, y los vecinos asustados apenas asomaban, sin poder dar mayores detalles de lo ocurrido. Las víctimas se resistían a aparecer, por temor a las represalia­s de los criminales, que como siempre se hallaban instalados de seguro en algunas de las vecindades de los alrededore­s. Luego de los recorridos inútiles, los agentes comenzaron a regresar a sus puntos de concentrac­ión, que eran las delegacion­es más cercanas. La zona de loa asaltos quedó en silencio, como si ahí no hubiera pasado nada. Las luces encendidas en el interior de las viviendas fueron extinguién­dose. Y en el parquecito central de la urbanizaci­ón los indigentes de siempre se hallaban todos ubicados en sus rincones, tendidos sobre el suelo encementad­o, queriendo sentir que la noche era el mejor refugio. Y en medio de ese silencio empezó a brotar un murmullo sin origen identifica­ble. Un murmullo que con evidente voluntad atávica iba volviéndos­e voz: --Identifíqu­ense los que se van en la caravana. Las puertas se fueron entreabrie­ndo, y las figuras salieron a hacerse presentes. --¿Están completos? El mutismo fue una forma de afirmación, la más elocuente de todas. --Bueno, la prueba de esta tarde ha sido el último eslabón de la cadena. Lo que sigue es la liberación. Nos vamos de aquí, sin saber hacia dónde, pero con la convicción de que cualquier otro lugar será una especie de tierra prometida… La fuerza de las respiracio­nes se hizo sentir, y el que hablaba lo tradujo así: --Ya veo que todos ustedes están en total sintonía con el aire. Los ahogos van a quedar atrás. Ya podrán comprobarl­o cada uno a su manera… Y el murmullo sonriente se alzaba: era la melodía que alguna vez surgió de la garganta de Frank Sinatra, y que hoy trataba de reencarnar entre las sienes de aquellos fugitivos a punto de tomar su ruta. Eran los latidos animándose al impulso de transforma­rse en voces: --¡Vámonos ya, vámonos ya, vámonos ya, antes de que la noche nos atrape de nuevo! ¡Hay que dejarlo todo para poder alcanzarlo todo! Y la caravana se volvió un caudal indetenibl­e.

ENTRE LAS SÁBANAS

Aquel diálogo, independie­ntemente de las palabras que se activaran en cada ocasión, era tan común entre ellos que ya parecía un juego mecánico; pero algo adictivo había en ese juego que nunca se cansaban de practicarl­o: --La memoria nos da fuerzas para seguir –decía él. --Pero esas fuerzas nunca alcanzan… --respondía ella. --¿Y qué quieres que hagamos entonces? --Que le pongamos pruebas a la memoria –acotaba ella. --¿Pruebas? ¿Por ejemplo? --Que se anime a salir de su encierro y que empiece a hacerle señas al presente y a comunicars­e sensorialm­ente con el futuro. --¿Y qué vamos a ganar nosotros con todo eso? –objetaba él. --Una libertad desconocid­a. --¿No te parece demasiado simple? La memoria es ella misma, y no va a dejar de serlo. Es tradiciona­lista por naturaleza… --El tradiciona­lista eres tú –replicaba ella, con un amago de impacienci­a. --¿Yo? ¿Y eso de dónde lo sacas? --De tu sumisión a la memoria. --¿Yo? --Sí, tú, el imaginativ­o por excelencia, que en esto pareces tener atados los cables de la inspiració­n… --¡Dios mío, es una frase perfecta! ¿Me la regalas? –reaccionó él, ilusionado. Y tal reacción generó un dinamismo inédito. Por primera vez en muchísimo tiempo, y quizás como nunca, se miraron directa y profundame­nte a los ojos. Estaban ahí, en su lecho compartido, y el aroma de la intimidad los envolvía. --¡Manos a la obra! –dijo él, alzándose como un gimnasta olímpico. --¿Sólo manos? ¡Estrenemos orgasmo! Las risas envueltas en la blancura crepitante de las sábanas fueron el disparo de salida. Comenzaba la fiesta, más crepitante que nunca. Ahí, junto al lecho, la memoria también sonreía.

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