La promoción de los valores familiares es punto vital para que haya paz, armonía y concordia en el ambiente
El 10 de mayo, que fue el pasado viernes, es la fecha destinada ya tradicionalmente a rendirle tributo de admiración y de gratitud a esa figura estelar en la vida de todos los seres humanos: la madre. Es cierto que cada realidad personal y familiar tiene sus propias características, dependiendo de las circunstancias que la rodeen, pero en términos esenciales ese vínculo humano es sin duda el que más arraigo tiene en el sentimiento universal. No es casual, entonces, que el 10 de mayo esté marcado en el calendario con un brillo incomparable, y que las sensaciones que se mueven alrededor de esta fecha conmemorativa estén impregnadas de emoción, de gratitud y de reconocimiento.
Y desde esa perspectiva, se visualiza claramente que existe siempre la necesidad de promover cada vez más los valores familiares, sobre todo en esta época en que las tendencias disolventes del espíritu humanizador se hacen sentir por todas partes, en una atmósfera global y nacional crecientemente contaminada de virus destructivos de toda índole. Estamos expuestos, entonces, a una especie de peste invasora, que va desarticulando la convivencia en todos los niveles de la misma, comenzando por el nivel de la familia, que debe ser nicho intocable de la formación y de la realización del ser humano, independientemente de cualquier factor o matiz diferenciador en el tiempo o en el espacio.
En nuestro país, el deterioro de las relaciones familiares viene creando gravísimos estragos en los planos personales y sociales. Para el caso, la desintegración y la descomposición de la familia son factores que inciden directamente en el auge delincuencial y en el deterioro de las conductas ciudadanas. Y el desafío básico que eso genera no tiene alternativas: o nos decidimos, como sociedad y como individuos, a recomponer nuestros tejidos fundamentales o seguimos dejando que la estructura nacional pierda cada vez más capacidad de ser plataforma de vida.
Los valores familiares, como el amor, el respeto, la solidaridad, la confianza, el compromiso, la compasión
LA DESINTEGRACIÓN Y LA DESCOMPOSICIÓN DE LA FAMILIA SON FACTORES QUE INCIDEN DIRECTAMENTE EN EL AUGE DELINCUENCIAL Y EN EL DETERIORO DE LAS CONDUCTAS CIUDADANAS. Y EL DESAFÍO BÁSICO QUE ESO GENERA NO TIENE ALTERNATIVAS.
y la gratitud, entre otros, son los que forjan al ser humano desde el inicio de su existencia, y por eso cuando faltan o tienen escaso arraigo en la realidad, se va produciendo un vacío que no sólo afecta a las personas como tales sino que imposibilita a la sociedad de poder desplegar sus potencialidades humanas en la forma debida. Y eso justamente se viene dando entre nosotros con los efectos desestructuradores que están a la vista.
Se tiene que hacer, pues, un esfuerzo de altísima intensidad para que en el seno de la familia salvadoreña, con todas las variantes existentes, se dé una recuperación de valores que tenga capacidad de hacer girar nuestras realidades básicas.
Si esto no ocurre, la desintegración generalizada que hoy predomina continuará multiplicando sus estragos, hasta tocar el límite de lo irreversible. Y eso hay que evitarlo colectivamente a toda costa.
Es indispensable que se haga una convocatoria nacional a la recuperación de valores, a la reingeniería de sentimientos y a la renovación de compromisos en función de un país humanizado y animado a avanzar de veras.