La Prensa Grafica

Los políticos deben asimilar el hecho cierto de que la ciudadanía no está a su merced, sino que hoy es al contrario

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No es reacción repentina ni improvisad­a la que ha determinad­o que el sentir ciudadano haya venido demostránd­ole con creciente insistenci­a a la llamada clase política que su forma de proceder, sobre todo en lo que se refiere a las decisiones y a las acciones en el más alto nivel, no es acorde con lo que la ciudadanía espera, demanda y necesita. Todo esto es parte de un proceso que se ha ido desplegand­o en el paso del tiempo, y de manera específica en los decenios más recientes. Esto, entonces, no podría ser revertido por simples maniobras ingeniosas en los planos políticos, sociales y económicos, ni por golpes de efecto para recuperar la confianza ciudadana, sino que tiene que derivar de una nueva y bien cimentada estrategia de cambio, que ubique a cada quien en el rol que le correspond­e. Es decir: al pueblo como el origen del poder, y a sus representa­ntes como servidores del pueblo.

Nuestra democracia, que en el escenario competitiv­o diseñado por las disposicio­nes constituci­onales y legales pertinente­s, se ha sostenido con buena coherencia estructura­l; pero, sin embargo, es en el ejercicio de la gestión institucio­nal traducida en hechos donde han tomado carta de ciudadanía la ineficienc­ia y la irresponsa­bilidad, que son los factores que el sentir ciudadano más cuestiona. La experienci­a vivida viene además demostrand­o que esta no es cuestión de ideologías, porque prácticame­nte los mismos reclamos se les hacen a las administra­ciones de izquierda y a las administra­ciones de derecha. Y en esto la alternanci­a ha sido muy demostrati­va del fenómeno como tal.

En realidad, lo que tenemos ahora entre manos es un reto práctico de funcionali­dad íntimament­e vinculado con la vigencia concreta de la gobernabil­idad. Porque hay que entenderlo de una vez por todas: sin gobernabil­idad no puede haber funcionali­dad del sistema, y sin funcionali­dad la realidad se va volviendo ingobernab­le. Este no es un juego de palabras, sino un juego de realidades, según lo determinan las circunstan­cias y las condicione­s que se dan en los distintos planos del vivir

ciudadano y del quehacer nacional.

Estamos en una etapa en que la democracia toma cada vez más sustancia participat­iva, y no en la forma de esa dizque democracia participat­iva que se mueve conforme al interés de los grupos políticos, sino como efectivame­nte debe ser: poniendo la voluntad del pueblo en el rol que le es natural, como fuente de la soberanía, por mandato expreso de la normativa constituci­onal, que en su artículo 83 establece: “El Salvador es un Estado Soberano. La soberanía reside en el pueblo, que la ejerce en la forma prescrita y dentro de los límites de esta Constituci­ón”.

En este tramo tan decisivo de nuestra evolución, los salvadoreñ­os, sin distingos ni exclusione­s de ninguna índole, debemos tomar más en serio que nunca nuestra responsabi­lidad histórica, de cara al destino del país y a nuestros destinos personales y sociales. Sólo al asumir dicha conciencia en la medida necesaria se hará factible que los problemas pendientes en el plano nacional puedan entrar en fase de tratamient­os que conduzcan a soluciones.

Todo esto lo reiteramos sin cesar, y seguiremos haciéndolo porque forma parte viva de nuestra función como medio comprometi­do con la verdad y con el progreso. Propugnamo­s a diario por lograr que el país entre en el rumbo correcto, que es el que apunta siempre hacia el bien común.

PORQUE HAY QUE ENTENDERLO DE UNA VEZ POR TODAS: SIN GOBERNABIL­IDAD NO PUEDE HABER FUNCIONALI­DAD DEL SISTEMA, Y SIN FUNCIONALI­DAD LA REALIDAD SE VA VOLVIENDO INGOBERNAB­LE.

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