La Transfiguración del Señor
El 6 de agosto celebramos nuestra fiesta nacional de “El Salvador de Mundo”. Es la fiesta de la Transfiguración del Señor, que celebra toda la Iglesia Universal. En una de sus homilías San Juan Pablo II se expresó así:
“El testimonio contenido en la voz que procede del cielo tiene lugar precisamente al comienzo de la misión mesiánica de Jesús de Nazaret (el momento del Bautismo). Se repetirá en el momento que precede a la pasión y al acontecimiento pascual que concluye toda su misión: el momento de la transfiguración”.
A pesar de la semejanza entre los dos acontecimientos, hay una clara diferencia entre el momento del bautismo del Señor por San Juan Bautista y su Trasfiguración: Durante el bautismo en el Jordán, Jesús es proclamado Hijo de Dios ante todo el pueblo. En la transfiguración se refiere solo a algunas personas escogidas: ni siquiera se introduce a todos los Apóstoles en cuanto grupo, sino solo a tres de ellos: Pedro, Santiago y Juan: “Pasados seis días Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a Juan, y los condujo solos a un monte alto y apartado y se transfiguró ante ellos...”. Esta transfiguración va acompañada de la “aparición de Elías con Moisés hablando con Jesús”. Y cuando, superado el “susto” ante tal acontecimiento, los tres Apóstoles expresan el deseo de prolongarlo y fijarlo (“bueno es estamos aquí”), “se formó una nube... y se dejó oír desde la nube una voz: Este es mi Hijo amado, escuchadle”.
El hecho, descrito por los Evangelios, ocurrió cuando Jesús se había dado a conocer ya a Israel mediante sus milagros, sus obras y sus palabras. La voz del Padre constituye como una confirmación “desde lo alto” de lo que estaba madurando ya en la conciencia de los discípulos. Jesús quería que, sobre la base de los milagros y de las palabras, la fe en su misión y filiación divinas, naciese en la conciencia de sus oyentes en virtud de la revelación, que les daba el mismo Padre.
Desde este punto de vista, tiene especial significación la respuesta que Simón Pedro recibió de Jesús tras haberlo confesado en las cercanías de Cesarea de Filipo. En aquella ocasión dijo Pedro: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Jesús le respondió: “Bienaventurado tú, Simón Bar Joná, porque no es la carne ni la sangre quien esto te ha revelado, sino mi Padre, que está en los cielos”.
A nosotros también no es la carne ni la sangre quien esto te ha revelado, sino, la fe que Dios nos ha infundido en el alma por el Sacramento del Bautismo y que luego nos ha acrecentado con el Sacramento de la Confirmación.
Además nosotros la hemos cultivado acudiendo a la formación doctrinal y con la ayuda eficaz del Espíritu Santo que actúa en nuestras almas si nosotros no le ponemos obstáculos. Y también por nuestro trato con Jesús en la Eucaristía y en la oración, junto con el Sacramento de la Penitencia que nos limpia de todo pecado.
Acudamos a la Madre Dios y también Madre Nuestra, para pedirle su ayuda para estar siempre junto a su Hijo y pendientes de difundir su doctrina a todas las personas a nuestro alrededor.