La última libertad
Fue el célebre psiquiatra, filósofo y escritor Víctor Frankl quien acuñó el término “la última libertad” en su libro “El Hombre en Busca de Sentido”. A las personas se les puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas, es decir, la elección de la actitud personal a adoptar frente al destino para decidir su propio camino.
En realidad, nadie nos hace sufrir, nadie nos rompe el corazón, nos daña o nos quita la paz. Nadie tiene esa capacidad, al menos que nosotros le abramos las puertas y le entreguemos el control de nuestra vida. No podemos pasarnos la vida cediendo el poder a alguien más, porque terminamos dependiendo de elecciones de otros, convertidos en marionetas de sus pensamientos y acciones.
Las personas sufren, no por lo que les pasa, sino por lo que interpretan. Sufren por tratar de darle respuesta a preguntas que taladran la mente como: ¿Por qué no me llamó? ¿Por qué no me tomó en cuenta? ¿Por qué no me dijo lo que yo quería escuchar? ¿Por qué hizo lo que más me molesta? ¿Por qué me vio mal? ¿Por qué me ignoró?, etcétera.
No tiene lógica sufrir por el mal comportamiento de otras personas. Cada quien que asuma las consecuencias de su propia conducta, no por la de otros. No es lógico, ni justo.
Nadie puede ofender a una persona si esta no toma la decisión de sentirse ofendida. La decisión de la humillación no está en manos de quien la da, sino de quien la recibe. Podemos decidir “sentirnos humillados” y también podemos decidir “sentirnos tranquilos, en paz y no humillados”.
Es como cuando alguien nos ofrece un regalo, podemos decidir si lo tomamos o no. Si no lo tomamos, quien lo ofreció se queda con él. Una ofensa lo es hasta que decidimos tomarla. Nadie puede decidir cómo nos vamos a sentir. El jefe, la pareja, los padres, los compañeros, los vecinos... pueden decidir lo que nos van a decir y el modo en que nos hablan; ellos eligen si nos lo dicen con agresión o con tacto, con dulzura o con veneno; pero no pueden decidir cómo va a ser nuestro sentimiento. Esa es decisión nuestra, personal. En eso consiste “la última libertad”. Si dejamos que sea otras personas quienes decidan lo que habrá en nuestro corazón, sería darles un poder que no les corresponde. Sin embargo, es una trampa en la que se cae comúnmente.
Este mismo análisis puede hacerse a nivel colectivo. Escuchamos constantemente quejas sobre los líderes, los medios, los alcaldes, los gobernantes, etcétera. Pareciera que el pueblo les atribuye a ellos toda su desdicha o infelicidad. Esto no tiene sentido; los límites de nuestra vida no están preestablecidos y siempre hay mucho que podamos hacer al respecto. El ser humano no se limita a existir, sino que decide cómo será su existencia, en qué se convertirá en el minuto siguiente. Por esa misma razón, todo ser humano posee la libertad para cambiar a cada instante.
Aceptar nuestro destino y todo el sufrimiento que le acompaña nos ofrece la gran oportunidad de darle a nuestra vida un sentido muy profundo. Esa libertad interior, que ninguna circunstancia ni nadie nos puede quitar, es la que nos da el “para qué” de nuestra existencia, y en esa decisión personal reside la posibilidad de aceptar, valorar o rechazar el aprendizaje que cualquier situación difícil nos ofrece.
En tal sentido, la frase “tú me haces feliz” o “tú amargaste mi vida” son completamente falsas. Ninguna otra persona tiene la capacidad de hacernos felices o miserables. Ese poder es nuestro.