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Tías y abuelas “enojadas”de Texas ayudan a migrantes en Estados Unidos

El grupo de mujeres lleva más de un año ayudando. Una de ellas conoció a Carlos y Valeria Martínez, padre e hija salvadoreñ­os.

- Efe mundo@laprensagr­afica.com

El “enojo” por las duras políticas migratoria­s estadounid­enses unió a un grupo de mujeres de Texas que no se conocían previament­e y deseaban hacer algo por los inmigrante­s. Las “Tías y Abuelas Enojadas del Valle del Río Grande” dedican su tiempo libre a llevar alimentos y consuelo a las familias que llegan a la frontera entre Estados Unidos y México, para lo cual cuentan con el respaldo económico de un patrocinad­or.

Antes los inmigrante­s esperaban en campamento­s o cruzaban la frontera sin importarle­s arriesgar sus vidas, “ahora sus necesidade­s han cambiado y he visto el desánimo en sus rostros cuando ven regresar a cientos de ellos que son repatriado­s al negárseles el asilo político”, dice a Efe Elisa Filippone, una de las integrante­s del grupo. El desánimo no hace mella en el grupo, que a principios de junio recibió la distinción Robert F. Kennedy Human Rights Award. Les tomó por “sorpresa” y les anima a seguir con su labor.

“Nosotras ni nos conocíamos, pero las noticias nos alertaron sobre la presencia de inmigrante­s a las afueras del puente Reynosa y las centrales de autobuses, y varias mujeres nos armamos con hieleras y fuimos a ayudarlos”, comentó Filippone. Cuando se formó el grupo eran cinco mujeres y

ahora son ocho oficiales y dos voluntaria­s.

Somos “muy diversas, algunas anglosajon­as, hay una suiza naturaliza­da, cuatro latinas y nos comunicamo­s por chat, no nos conocemos muy bien, yo soy la única en Brownsvill­e”, destacó.

Jennifer Harburry y Nayelly Barrios se ocupan del puente Reynosa; Joyce Hamilton, de la estación camionera de Harlingen; Susan Law y Elizabeth Cavazos, de la central camionera de Mcallen; Madeleine Sandefur, de los centros de detención y Cindy Candia, de puente de Roma, dice Filippone, que atiende los puentes Brownsvill­e, la frontera con Matamoros y la central camionera de Brownsvill­e. Algunas van a las estaciones de autobuses de Mcallen, Brownsvill­e o Harlingen por períodos de al menos tres días o más para ayudar a los migrantes con sus boletos de autobús, orientarlo­s y en ocasiones les dan $40.

“Me ha tocado verlos morir, me tocó conocer al padre y su hija que se ahogaron, les llevaban tacos, por eso intento no engancharm­e en la conversaci­ón, pero, quieras o no, vas ubicando los rostros. Me aprendí el nombre de la niña, su carita”, dice Filippone.

Está convencida de que la muerte del salvadoreñ­o Óscar Alberto Martínez, de 25 años, y su pequeña hija Valeria, de 23 meses, quienes apareciero­n flotando boca abajo en la orilla del río Bravo, es el reflejo de la crisis humanitari­a.

“Lo que más requieren (los migrantes) en este momento es asesoría legal, están muy desinforma­dos”. ELISA FILIPPONE, INTEGRANTE DEL GRUPO

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