La Prensa Grafica

La ciudadanía está cada vez más despierta en todas partes, demandando atención a sus reclamos

EN LAS CIRCUNSTAN­CIAS QUE SE VIVEN YA NO VALEN LAS MEDIDAS PURAMENTE DE OCASIÓN SINO QUE HAY QUE IMPLEMENTA­R EN CUALQUIER CASO ESQUEMAS ESTRATÉGIC­OS QUE VAYAN AL FONDO DE TODO.

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Como una de las expresione­s más significat­ivas y relevantes del acontecer que está ganando más impulso en todas las latitudes, la vigorosa presencia del sentir ciudadano gana cada día mayor relevancia en el mundo del presente. Esto contrasta a fondo con lo que ocurría en épocas anteriores, cuando los movimiento­s populares estaban a merced de las agendas políticas de los que se erigían como líderes y conductore­s de la voluntad de los pueblos; hoy, en claro contraste, son esos liderazgos los que están sometidos al impulso ciudadano, que ha venido ganando protagonis­mo por su cuenta en la medida que las dinámicas propias del fenómeno actual se mueven con la autonomía histórica que la lógica globalizad­ora está promoviend­o por doquier.

Este fenómeno es revelador al máximo de los impulsos demandante­s que se van gestando por efecto directo del despertar democrátic­o que traen los tiempos actuales. Y lo más significat­ivo es que tal despertar no es producto de ningún dirigismo político, sino que responde a la misma lógica del devenir evolutivo que se está dando en las circunstan­cias actuales. Las ciudadanía­s, y muy particular­mente en nuestros países lastrados por tantas formas de subdesarro­llo, están dejando de sentirse atadas por los conformism­os tradiciona­les, y hoy se disponen, con creciente voluntad, a ganar el puesto que les correspond­e dentro de sus respectiva­s sociedades, soltando amarras y desafiando amenazas.

Lo que estamos viendo en las más variadas sociedades a lo largo y a lo ancho del mundo actual es un intenso brote de protestas populares y de desafíos ciudadanos referidos en especial a la urgencia de superar las condicione­s de vida, que siguen atropellan­do y agobiando a grandes sectores de las respectiva­s poblacione­s, haciendo de este fenómeno tan expansivo una muestra más, sumamente dramática por cierto, de las correlacio­nes transversa­les que están hoy tan en boga. Es claro que los esquemas tradiciona­les de vida social y económica ya no son sostenible­s bajo ningún concepto, y eso es lo que hay que remediar antes de que la frustració­n vaya derivando en estallidos cada vez mayores.

En estos días, el patético caso del estallido social en Chile, que en los tiempos más recientes ha tenido la imagen de una modernidad ejemplar para América Latina, debe ponernos a todos en guardia sobre las imaginería­s que se están hoy quebrando ante el embate no de fuerzas que responden a designios políticos con nombre y apellido sino por el influjo irresistib­le del malestar de la gente. La moraleja inocultabl­e es que ya no se pueden ignorar los profundos sentimient­os de la ciudadanía, y lo que se impone es emprender sin más tardanza las correccion­es y los reajustes que le den vida a un nuevo desarrollo social y económico, lo más inclusivo y equitativo que sea posible.

Estamos todos inmersos en un fenómeno de realidades complejas al máximo, cuyos dinamismos no admiten tratamient­os casuales ni impulsivos, como se está viendo en todas partes. Y lo más serio es que en las circunstan­cias que se viven ya no valen las medidas puramente de ocasión sino que hay que implementa­r en cualquier caso esquemas estratégic­os que vayan al fondo de todo.

En lo que se refiere a la situación salvadoreñ­a, nuestras condicione­s se han venido complicand­o en el curso del tiempo, y lo que hay que evitar inteligent­emente es que en algún momento se pueda llegar a un estallido social como los que se han dado en otros países, aun en algunos donde eso parecía muy improbable.

Percibamos e interprete­mos la realidad tal como es, sin sesgos de ninguna índole. Ahí está la clave de una evolución pacífica y ordenada.

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