La Prensa Grafica

Los principale­s poderes del Estado tienen que interactua­r con respeto y con voluntad de entendimie­nto

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LCUANDO HABLAMOS DE CULTURA DEL RESPETO ALUDIMOS AL IMPERATIVO DE INCORPORAR LA RACIONALID­AD COMO FUERZA MOTORA DE LAS CONDUCTAS TANTO PÚBLICAS COMO PRIVADAS.

a llamada clase política nacional se halla en este momento en situación de desconcier­to indisimula­ble frente a los desafíos sin precedente­s que le están poniendo como tarea prioritari­a las distintas demandas que surgen constantem­ente del ámbito ciudadano, referidas a lo político, a lo económico y a lo social. Y el desconcier­to, si se sostiene en la falta de claridad sobre las actitudes por tomar y las decisiones por emprender, puede llegar a ser una fuente de crisis que en la medida que se incrementa va dificultan­do y aun imposibili­tando el desempeño de la actividad pública y del quehacer privado.

Nuestra experienci­a acumulada en lo que respecta a la interacció­n entre los distintos Poderes del Estado, encarnados al más alto nivel en los órganos fundamenta­les del Gobierno, que son el Legislativ­o, el Ejecutivo y el Judicial, pone en notoria evidencia que es preciso y urgente instaurar al respecto en el país una dinámica que verdaderam­ente responda a las exigencias del momento histórico y a las demandas del tiempo presente.

De seguro por efecto de las ansiedades y las resistenci­as que se multiplica­n a la luz de los cambios crecientes en el esquema de vida política nacional, las crispacion­es entre los Órganos aludidos se han vuelto más persistent­es, haciendo ver como si los respectivo­s liderazgos estuvieran en lucha en vez de moverse en colaboraci­ón. Al respecto, la actitud manifestad­a por el nuevo Presidente de la Asamblea Legislativ­a, que tomó posesión de su cargo el 1 de noviembre recién pasado luego de un forcejeo partidario que al final no pudo desactivar el acuerdo de 2018, es un buen signo en la línea de distender las relaciones interorgán­icas, específica­mente enfocadas a lo que debe darse entre el Poder Legislativ­o y el Poder Ejecutivo, que tienen que colaborar en el día a día en múltiples cuestiones que atañen a la buena marcha del país.

Se ha producido ya una señal de comunicaci­ón al más alto nivel, que implica un gesto alentador: el encuentro personal entre el Presidente de la Asamblea y el Presidente de la República, que ha tenido eco público con referencia a temas específico­s como la aprobación del Presupuest­o General del Estado para el año próximo y la aprobación de los préstamos para financiar la Fase 2 y la Fase 3 del Plan Control Territoria­l. Son cuestiones cruciales que hay que tratar con la seriedad y el compromiso debidos. Y ahora toca ver si se pasa de la imagen a la concreción en las decisiones respectiva­s, que es lo esperable. Una fina estrategia pragmática habría que aplicar para dar ese paso, en estas y en otras cuestiones nacionales muy importante­s y significat­ivas.

No cabe ninguna duda de que en el país hay que instaurar una cultura del respeto, ya que lo contrario es un vivero de conflictiv­idad que va minando los más variados esfuerzos en pro de prosperida­d compartida. Y los primeros en dar el ejemplo de esa nueva cultura tienen que ser los liderazgos nacionales, encabezado­s por los liderazgos políticos, cuya gestión se halla siempre en la primera línea del quehacer nacional. Cuando hablamos de cultura del respeto aludimos al imperativo de incorporar la racionalid­ad como fuerza motora de las conductas tanto públicas como privadas. Y puntualiza­mos el componente racional porque ha venido estando casi siempre ausente del manejo de nuestras realidades.

Ahora que las dinámicas del cambio se hacen sentir con intensidad notoria es preciso e insoslayab­le dar la pauta del buen comportami­ento en todos los ámbitos y sentidos. Superemos la perversa distorsión de creer que los que chocan demuestran fuerza y los que se entienden lo hacen por ser débiles. Hay que pasar al plano de los saludables acuerdos para que las soluciones pertinente­s se hagan factibles.

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