De pronto todos estamos en la ruta del futuro, y es una ruta que no admite zonas de comodidad ni saltos improvisados
Al hacer referencia a la situación del país casi al instante surgen imágenes que alertan frente a lo que se percibe como ingobernabilidad del presente. Pero empecemos por preguntarnos: ¿En realidad estamos ante un fenómeno de ingobernabilidad o simplemente lo que se nos presenta a diario es la liberación progresiva de las conductas humanas, que ya no aceptan las artificiales ataduras que eran lo común en todos los pasados anteriores? Al sólo formular la pregunta anterior va quedando a la vista que lo que hoy sucede no es una desorganización sin control, sino, por el contrario, se trata de un dinamismo restaurador de la razón histórica, aunque los movimientos conducentes creen ansiedades y alarmas. Pero hay que tener mucho cuidado con el término ingobernabilidad tal como se está perfilando en nuestros días, porque aquí es preciso hacer una distribución de efectos para no confundir las cosas: la verdadera ingobernabilidad se vino haciendo presente en el trasfondo de aquello que se conoció como orden establecido, que en verdad era un trastorno encubierto del que surgían distorsiones a cada paso, las que en definitiva fueron desembocando en una frustración cada vez más generalizada. Esto podía sentirse con sólo calar en las condiciones que aparentemente eran normales; y como la atmósfera tendía a encubrir por temeraria tendencia, lo anormal se disfrazaba de normalidad sin ningún escrúpulo.
Al hacer una valoración desapasionada de los aconteceres que se van desenvolviendo en la plataforma global, y por consecuencia también en la nacional, lo que nos sale al paso a cada instante es la constatación de que no hubo la debida responsabilidad para caracterizar y para encarar las tareas insoslayables en el momento oportuno, y eso sí fue invitación constante a la ingobernabilidad de trasfondo, que resulta desde luego la más peligrosa y dañina. Lo que hay ahora es gobernabilidad en camino a partir de los reclamos, cada día más impacientes y apremiantes, de una ciudadanía que está haciendo valer sus ansias y sus derechos en un combo que no admite evasivas.
Nuestros problemas básicos más agobiantes vienen de lejos, y si bien uno de los mayores –la falta de democracia– recibió respuesta de fondo allá a inicios de los años 80 del pasado siglo, el otro de igual envergadura –la endémica falta de desarrollo suficiente y equitativo– está aún en veremos. Y así como el desarrollo sin democracia es una constante apuesta a la insostenibilidad, la democracia sin desarrollo implica estar siempre a merced de los vaivenes impredecibles de las angustias ciudadanas, que cada día se van revelando como factores decisivos de la funcionalidad del país en todos los órdenes de la vida nacional. Esto tenemos que identificarlo a cada instante para que la realidad se nos vuelva manejable.
Hay que reconocer que estamos en la ruta del futuro. Esto, como tal, no es ninguna novedad histórica, porque esa ruta es la que siempre se abre en la perspectiva esperable; y hoy es la que viene prevaleciendo como expresión de la naturaleza del devenir. ¿Y entonces cuál es la novedad que se nos presenta en estos años? Pues precisamente el que estemos sintiéndonos convocados a reconocer que el futuro está aquí, demandándonos asistencia inmediata. Por eso decimos que hoy ya no son admisibles, bajo ningún argumento o excusa, ni la comodidad falsamente reconfortante ni la impulsividad fuera de control. Todo esto no sólo hay que tenerlo presente sino, sobre todo, asumirlo como responsabilidad sustancial.
En tal sentido, lo que hoy más nos toca reconocer y aceptar de manera explícita es el hecho de que los que estamos presentes en el momento actual nos hallamos más comprometidos que nadie a ponernos en línea con los ejercicios del quehacer actual, que nos comunican con todas las perspectivas del tiempo por venir y con todas las implicaciones que eso trae consigo. Esta es una secuencia de proyecciones inagotables, cuyos componentes anímicos nos mantienen en vigilia constante aunque no nos demos cuenta de ello. Esa es la revelación inspiradora que más incide en nuestro destino, aunque nos cueste identificarlo como tal. Ahí está el núcleo de las claves del futuro.
LO QUE HAY AHORA ES GOBERNABILIDAD EN CAMINO A PARTIR DE LOS RECLAMOS, CADA DÍA MÁS IMPACIENTES Y APREMIANTES, DE UNA CIUDADANÍA QUE ESTÁ HACIENDO VALER SUS ANSIAS Y SUS DERECHOS EN UN COMBO QUE NO ADMITE EVASIVAS.