El final de la “herencia maldita”
Montevideo. Debajo de la piel, en su brazo izquierdo e imperceptible a simple vista, se esconde el motivo por el que Jazmín puso fin a una herencia maldita. Su madre la había parido cuando tenía sólo 16 años. También su abuela había estrenado la maternidad cerca de los 15, y su bisabuela, y su tátara. Pero el anticonceptivo de larga duración, ese implante subdérmico que le colocaron sin costo a la adolescente en una policlínica barrial de Montevideo, cortó un destino que parecía inevitable.
Jazmín, nombre ficticio de esta chica de 17 años, es olvidadiza. Desde su primera relación sexual, hace ya un trienio, se le ha pasado “varias veces” tomar los anticonceptivos. “Por suerte”, dice, llevaba ese dispositivo debajo de la piel. “Por suerte”, es una de las que corrió la estadística que indicaba que, en el empobrecido barrio de Santa Catalina donde vive, una de cada cinco adolescentes ya es madre.
La ubicación geográfica, al sur del sur, hace que los uruguayos bromeen con frecuencia que a su país “todo llega tarde”. Pero esta parece ser la excepción. La cantidad de nacimientos se redujo 18% en los últimos tres años, un escenario que se parece más a Europa y al sudeste asiático que a la marcha de América Latina. Tanto así que los bebés nacidos el año pasado no logran siquiera completar la principal tribuna del Estadio Centenario, la famosa cancha donde se disputó el primer mundial de futbol.
Uruguay no está en guerra, tampoco padece una epidemia ni un paro de mujeres que explique la tan drástica caída de la fecundidad. El fenómeno tiene “sorprendidos” hasta a los demógrafos, quienes estimaban que el país llegaría a estas cifras de nacimientos recién en 2050.
Cada mujer uruguaya en edad de ser madre tiene en promedio 1.59 hijos. Tres años atrás, el promedio era de 1.88.