Casos como el de la residencial Santa Lucía grafican con dramatismo las vulnerabilidades que persisten
La situación que se viene padeciendo en la residencial Santa Lucía de Ilopango grafica, con dramatismo estremecedor, lo que ocurre en muchas zonas y comunidades del país, expuestas a los flagelos naturales y al descuido culpable por parte de quienes, desde diversas posiciones de poder público, toman medidas interesadas en detrimento de la seguridad y de los derechos ciudadanos. Esa cárcava espeluznante e invasiva ha hecho que muchos habitantes tengan que desalojar sus viviendas y muchos otros vivan con el alma en un hilo por la amenaza de los desastres que ninguna autoridad ha prevenido, y que las depredaciones del llamado cambio climático han puesto al rojo vivo. Aquí se juntan, pues, los crecientes trastornos de la Naturaleza y las crasas irresponsabilidades de los encargados de prevenir y controlar dichos trastornos. Y este es sólo un ejemplo de vulnerabilidad extrema.
En realidad, son múltiples y constantes las vulnerabilidades que padecemos en el país, y que se han dejado estar hasta que las consecuencias asumen condición catastrófica. Aparte de las naturales tenemos también vulnerabilidades erosivas al máximo en el ámbito de la seguridad. Y ahí somos vulnerables en primer lugar por dejadez acumulada en lo que al control de la criminalidad se refiere. Así como cuando una cárcava va creciendo y sólo se activan algunas medidas de reparación cuando ya los daños son avasalladores, pasa lo mismo cuando las fuerzas del crimen ganan presencia y capacidad en el terreno y las respuestas institucionales tienen carácter de parches de ocasión. Hay que destacar, pues, que ninguna vulnerabilidad, del tipo que sea, puede dejarse estar sin exponerse a pagar facturas consecuenciales de altísimo costo, con el agravante de que son los más necesitados y los más débiles los que reciben el apremio de dichas facturas.
Las condiciones naturales, sociológicas y comerciales han hecho y siguen haciendo que la vulnerabilidad se apodere de uno de los campos económicos que, por dilatada tradición, ha estado en primera línea del quehacer productivo nacional. Es cierto que los tiempos cambian, trayendo nuevas prioridades con sus respectivas oportunidades, pero lo que no es admisible ni justificable es que se vayan perdiendo áreas de productividad sin hacer lo necesario para ponerlas al día. Es el caso de la agricultura en nuestro ambiente, que es hoy más vulnerable que nunca, pese a que hay oportunidades abiertas para hacerla funcional dentro de los esquemas competitivos del comercio actual. Hay que hacer muchísimo en este campo, en el que antes fuimos líderes regionales y hoy vamos a la cola. No es casual, pues, que el representante de la FAO para El Salvador esté pidiendo más presupuesto gubernamental para agricultura, así como estímulos efectivos para los productores. Hay que estimular la participación de los jóvenes en labores agrícolas y subir los niveles tecnológicos de los diversos cultivos y labores para que la cárcava de la improductividad no siga ahondándose.
Podríamos seguir, en una lista de largo alcance, señalando vulnerabilidades que no sólo nos limitan sino que también nos desesperan, pero lo más importante –en esta como en muchas otras realidades– es ponerse constantemente al día, dentro de los estándares determinados por el avance evolutivo, a fin de que el país y toda su gente puedan moverse al ritmo de los tiempos actuales, armonizando el tratamiento de los problemas y la apertura hacia las soluciones.
Como estamos viendo a diario en el panorama global, todos, de una manera o de otra, somos vulnerables, y la inteligencia conductora nos enseña también a diario que hay que ir por el rumbo correcto en todas las iniciativas.
APARTE DE LAS NATURALES TENEMOS TAMBIÉN VULNERABILIDADES EROSIVAS AL MÁXIMO EN EL ÁMBITO DE LA SEGURIDAD.