La voz de la sociedad civil ya no puede ser desoída impunemente en ningún ámbito de la realidad global
ES PRECISO SALIR DE LOS FORMALISMOS ENCUBRIDORES PARA ENTRAR EN SERIO EN LA REPRESENTACIÓN QUE EJERCE SUS POTESTADES CON TODAS LAS DE LA LEY.
Los acontecimientos cotidianos en la vastedad cada día más abierta del mapamundi que está hoy en vigencia nos ponen a cada instante ante un conjunto de compromisos de acción y de reacción que, como tales, no tienen precedentes de la misma naturaleza en lo que se viene viendo y experimentando en las décadas anteriores, que son de las que tenemos vivencia propia. Esto representa un giro verdaderamente significativo y novedoso en muchos sentidos, sobre todo porque lo que está en la base de ese nuevo modo de participación en el desenvolvimiento de la dinámica política y socioeconómica es el sentir unido al pensar de la ciudadanía, que va ganando cada vez incidencia en el despliegue y en la suerte de las distintas dinámicas nacionales.
En nuestra América Latina podemos constatar, por diversos testimonios fácticos que brotan prácticamente a cada instante, que la voz de los ciudadanos y de las organizaciones que están moviéndose en los respectivos terrenos se hace sentir de una forma mucho más comprometida con los intereses reales de nuestras sociedades y de sus respectivas institucionalidades, y de una manera sistemática que no era común ni frecuente en el pasado. Pero, como decíamos, este no es un acaecer que tenga límites geográficos, porque se está dando en los conglomerados humanos más diversos, lo cual indica que se trata en verdad de una señal y un mensaje de los tiempos.
Casos muy concretos y reveladores como los de Chile y Bolivia, países que están o parecían estar en las antípodas pero que se han comportado de una forma muy semejante, sirven para graficar las reacciones de los pueblos cuando los estados de cosas se vuelven inmanejables e insoportables; y esos dos ejemplos específicos hacer ver también, con inequívoca nitidez, que esta fenomenología que comentamos no se basa en imágenes ni en diferencias convencionales: lo que hay es una impaciencia de fondo frente a lo que hace el poder en forma errada e irresponsable, independientemente de los esquemas sociológicos o ideológicos.
En verdad todo esto que se está manifestando hoy con tanta fuerza en los más amplios planos geopolíticos y socioeconómicos nos pone, entre otras tareas vitales, ante el reto creciente de darle vida y vigencia a la democracia realmente participativa, que trascienda las imágenes puramente formales de la democracia dizque representativa sin sustancia de voluntad popular. Es preciso salir de los formalismos encubridores para entrar en serio en la representación que ejerce sus potestades con todas las de la ley. Una representación que no sólo sea un simulacro, como el que opera en la inmensa mayoría de los entes parlamentarios, sino que encarne eso que tan nítidamente y sin lugar a interpretaciones establece nuestra Carta Magna: “La soberanía reside en el pueblo, que la ejerce en la forma prescrita y dentro de los límites de esta Constitución”.
Lo que queremos decir es que la tarea de fondo está hoy fincada en establecer en nuestro país una democracia que no tenga elementos ficticios o desnaturalizadores, sino que, por el contrario, represente la naturaleza auténtica de dicho régimen de gobierno y de vida. En otras palabras, que la voz de la ciudadanía esté siempre en el centro del quehacer nacional, no sólo haciéndose oír sino haciéndose valer.
Y la situación que en este punto va ganando terreno constituye un núcleo de tareas que deben ser asumidas por todos los salvadoreños, y en primer lugar la tarea de incorporar la racionalidad a nuestro sistema de vida, desde lo más simple hasta lo más complejo. A eso nos llama esta coyuntura histórica, de la cual tenemos que salir fortalecidos como nación y como sociedad.