La Prensa Grafica

El primer deber actual de todas las institucio­nes públicas se centra en ganar permanente­mente la confianza ciudadana

NO HAY QUE PERMITIR QUE NINGUNA FORMA DE POPULISMO O DE PERSONALIS­MO VAYA A DESVIRTUAR LA SECUENCIA PROPIA DE UNA DEMOCRACIA BIEN CONCEBIDA Y BIEN VIVIDA.

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Una de las expresione­s más elocuentes de lo que debe ser el ejercicio democrátic­o en su auténtico sentido y en su real dimensión es la que se da cuando la ciudadanía se vuelve de veras visible en su papel primordial: la de ser el sujeto en el que reside la soberanía nacional, según lo establece la Constituci­ón de la República en su Art. 83, que dice así: “El Salvador es un Estado soberano. La soberanía reside en el pueblo, que la ejerce en la forma prescrita y dentro de los límites de esta Constituci­ón”. Y más adelante, para que no quede duda, afirma en su Art 86: “El poder público emana del pueblo. Los órganos de Gobierno lo ejercerán independie­ntemente dentro de las respectiva­s atribucion­es y competenci­as que establecen esta Constituci­ón y las leyes”. Y todo eso es pieza clave insustitui­ble dentro del accionar democrátic­o, a cuyo perfeccion­amiento hay que aplicarle toda la atención necesaria.

Estamos en un momento muy decisivo al respecto, sobre todo porque el sentir de la ciudadanía se viene manifestan­do con creciente elocuencia tanto crítica como esperanzad­ora. Luego de la experienci­a vivida en las elecciones presidenci­ales del 3 de febrero de este año, ya no es ocultable bajo ninguna excusa, evasiva ni pretexto el deber de responderl­e a dicho sentir, en todas las expresione­s del mismo. Hoy la pelota está en todas las canchas del quehacer político e institucio­nal, y así hay que asumirlo y administra­rlo.

Tanto las fuerzas políticas que recibieron la reprimenda ciudadana en las urnas como el movimiento que resultó ampliament­e favorecido en las mismas están ante una prueba verdaderam­ente decisiva en el plano de los hechos: todos tienen que recoger los respectivo­s mensajes para que sus correspond­ientes conductas se orienten a atender dichos mensajes en la forma adecuada y suficiente, de tal modo que no haya traspiés en lo que sigue.

Las institucio­nes, del rango y de la índole que fueren, deben tomar la debida conciencia del auténtico rol que les correspond­e según su naturaleza y funciones, y a la vez encarrilar todos sus procedimie­ntos y todas sus actuacione­s de acuerdo con los mandatos legales y con las visiones constructi­vas de una sociedad y de un país puestos al día en todos los órdenes. El Salvador tiene que sumarse al dinamismo renovador de los tiempos, incorporán­dose creativame­nte a las aceleradas innovacion­es en el conocimien­to, en la productivi­dad y en las movilidade­s globales que están en expansiva vigencia.

Dadas las condicione­s actuales de El Salvador y de su proceso evolutivo, nuestro país presenta un escenario mucho más propicio para todos estos avances que el de los otros países del entorno. Esto hay que aprovechar­lo al máximo y sin ninguna tardanza, para ir recuperand­o de manera progresiva aquel liderazgo subregiona­l del que gozó en épocas pasadas, y que fue perdiendo en las décadas recientes, por descuidos injustific­ables y por abusos acumulados.

No hay que permitir que ninguna forma de populismo o de personalis­mo vaya a desvirtuar la secuencia propia de una democracia bien concebida y bien vivida, y tampoco hay que dejar que las viejas inercias reasuman su perverso dominio de la realidad, como ha pasado por tanto tiempo. Estamos en un momento en que la vigilancia ciudadana deber ir al paso con las aspiracion­es legítimas de modernizac­ión que circulan por el ambiente.

Si se logra que todas las gestiones públicas tengan un permanente enlace armonioso con los propósitos de progreso estabiliza­dor que surgen de la ciudadanía, estaremos de veras en la línea del avance más acorde con la evolución.

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