El ejercicio político y las aspiraciones ciudadanas deben estar en consonancia en todos los sentidos
UNO DE LOS PRINCIPALES RIESGOS QUE SURGEN DE TODOS ESTOS REPLANTEAMIENTOS QUE ESTAMOS VIENDO EMERGER DE LAS DINÁMICAS EVOLUTIVAS ACTUALES ES LA TENDENCIA A UN POPULISMO DE NUEVO ESTILO.
Una de las lecciones más visibles que se han dado colectivamente en nuestro ámbito nacional, como reflejo compartido de lo que en verdad está ocurriendo en todas las latitudes, es la que se refiere al rol emergente de la presencia y la acción de la ciudadanía en todos los espacios del quehacer político, socioeconómico, cultural e institucional. Dicho rol se hace sentir de manera creciente y en las formas más variadas, pero como es natural donde más resalta es en el campo político, porque es ahí donde la expresión competitiva prevalece, y lo hace con incidencia inmediata en el manejo de los asuntos públicos, que son decisivos de manera directa y persistente para el desempeño de todos los otros aspectos de la realidad.
Se trata, entonces, de superar ese desencuentro cada vez más negativo entre lo que la gente anhela y demanda y lo que los poderes institucionalizados realizan con apego a los esquemas tradicionales, que evidentemente han sido superados por la dinámica evolutiva de los hechos. Y eso no será posible mientras no se dé un reajuste significativo de las programaciones políticas para ponerlas en armonía con lo que los tiempos están demandando cada vez con mayor apremio. Es indispensable, entonces, hacer replanteamientos verdaderamente renovadores tanto del funcionamiento institucional como de los posicionamientos ciudadanos frente al mismo, para que los necesarios enlaces entren en acción.
Uno de los principales riesgos que surgen de todos estos replanteamientos que estamos viendo emerger de las dinámicas evolutivas actuales es la tendencia a un populismo de nuevo estilo. Frente a ello, hay que plantear criterios moderadores y esclarecedores que sean capaces de mantener la racionalidad en acción, evidenciando artificios y potenciando buenas prácticas. Afortunadamente los fanatismos ideológicos y los absolutismos personalistas van quedando sin base prácticamente en todas partes, y eso, aunque no los hace desaparecer en forma mecánica, sí les va impidiendo consolidarse en los hechos como lo hicieron en tiempos anteriores, aun en los más recientes, según se ha visto en varios países de nuestro entorno latinoamericano.
En cada caso específico se vuelve necesario que haya un análisis amplio y suficiente sobre las condiciones que le han dado cuerpo y viabilidad a lo que ocurre. Pero el hecho de que los trastornos sociales estallen hace ver que la frustración ciudadana es lo que está en el fondo de todo esto. Y manejar inteligentemente este tipo de situación es la clave para evitar estallidos y para remediar congestiones. Al fin de cuentas, de lo que se trata es de asegurar que el sentimiento ciudadano encuentre rutas de expresión y de incidencia en la forma democrática natural, porque de lo contrario lo que se está propiciando es un vivero de crisis sin control.
En nuestro país, la democracia surgió cuando los esquemas autoritarios que habían estado vigentes durante larguísimo tiempo colapsaron sin retorno allá a comienzos de los años 80 del pasado siglo, casi en el mismo momento en que se desató en el terreno la guerra interna. Y el dinamismo democrático resultó favorecido por la conclusión política del conflicto bélico; de ahí que hoy sea factible sobrellevar los giros dramáticos de la evolución sin temer que el esquema imperante se desquicie. Esta realidad estructural hay que cuidarla al máximo, y la mejor manera de hacerlo es garantizando que el ejercicio político y las aspiraciones ciudadanas permanezcan en permanente conexión integradora.
Es fundamental que todos los actores nacionales asuman tal compromiso, haciendo lo que les corresponde para que la normalidad vaya ganando cada vez más terreno en nuestro ambiente, en beneficio de la salvadoreñidad entera.