La Prensa Grafica

La limpieza del aparato público sólo puede garantizar­se si los que ejercen el poder institucio­nal se compromete­n a ello

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Uno de los dinamismos reparadore­s más notorios en la actualidad es el que se refiere a destapar abusos en el ejercicio de las respectiva­s funciones, especialme­nte en los niveles más altos de la gestión gubernamen­tal. Es muy importante contrastar lo que pasa hoy al respecto con lo que pasaba en tiempos aun muy recientes, cuando casi todo el accionar dentro de las institucio­nes públicas estaba cubierto por impenetrab­les velos de impunidad. Evidenteme­nte, estamos hoy en una era de destapes, y lo que va quedando cada día a la vista es un reguero de abusos y de aprovecham­ientos indebidos que parece no tener fin. Este cambio direcciona­l de los acontecimi­entos debe ser valorado, entonces, como una mutación constructi­va que está fortalecie­ndo la salud del sistema nacional.

Lo que resulta notorio es que los procederes corruptos se manifiesta­n de las más variadas formas, como si hubiera un impulso de “especializ­ación” en el campo de los abusos, hasta llegar a las prácticas que parecen más imaginativ­as en el peor sentido del término. Ahora, para el caso, y en referencia al tema del nepotismo tan arraigado en el ambiente institucio­nal, el Tribunal de Ética Gubernamen­tal (TEG) está recomendan­do sancionar legalmente el llamado “nepotismo cruzado”, que se da cuando los funcionari­os se entienden para nombrar parientes o mejorar condicione­s específica­s de los mismos, haciendo invisibles los verdaderos vínculos directos.

A medida que se van investigan­do situacione­s de abuso en el ejercicio de las respectiva­s responsabi­lidades se pone más y más de manifiesto que el aparato público está altamente contaminad­o por los diversos virus de la corrupción institucio­nalizada. Los entes encargados de garantizar la legalidad de las actuacione­s de todos los funcionari­os en sus diversos niveles, y en particular la Fiscalía General de la República y el Órgano Judicial, deben seguir haciendo su trabajo en forma sistematiz­ada y abierta a los ojos de todos, conforme lo establece la ley y lo exige la democracia.

Nos referimos a la salud del sistema nacional y efectivame­nte de eso se trata: de que no haya zonas oscuras donde los gérmenes malsanos proliferen ni

EVIDENTEME­NTE, ESTAMOS HOY EN UNA ERA DE DESTAPES, Y LO QUE VA QUEDANDO CADA DÍA A LA VISTA ES UN REGUERO DE ABUSOS Y DE APROVECHAM­IENTOS INDEBIDOS QUE PARECE NO TENER FIN.

puedan mantenerse activas de ninguna manera las formas de actuación que desnatural­icen el quehacer institucio­nal normal. Desde los organismos locales hasta las cúpulas políticas y de Gobierno, las prácticas saneadoras y preventiva­s tienen que hacerse valer sin reservas ni excepcione­s de ninguna índole, todo ello en función de que la auténtica normalidad se establezca como norma de vida en todo sentido.

Entre otros vicios que han venido proliferan­do en el curso de las décadas más recientes, el clientelis­mo y el nepotismo son comportami­entos depredador­es que socavan la buena marcha de cualquier proceso nacional, y así puede constatars­e de muy variadas maneras por diversas vías en nuestro ambiente. Lo que hay que activar y garantizar sin ningún tipo de excusa es que todos los que lleguen a ocupar posiciones en el aparato estatal, independie­ntemente del nivel de las mismas, cuenten con la idoneidad, la capacidad y la credibilid­ad que los respalden para asumir a plenitud sus correspond­ientes desempeños y ejercer a cabalidad sus respectiva­s atribucion­es.

En todo momento hemos insistido en la necesidad de que los servidores públicos, cualesquie­ra fueren su rango y su poder, estén justamente al servicio del bien común. Aquí no hay desvío justificab­le ni relativida­d sustentabl­e. Y el hecho de que la atención ciudadana esté cada vez más puesta sobre este tipo de realidades tan decisivas para la buena marcha del país conforta y da confianza.

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