La Prensa Grafica

Es vital para el sano desempeño del proceso nacional que todas las funciones institucio­nales se ajusten a la ley y a la ética

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Los salvadoreñ­os estamos viviendo desde hace ya bastante tiempo una dinámica evolutiva que nos pone ante diversos desafíos, entre los cuales la remodelaci­ón depuradora del quehacer público en sus más variadas formas es un imperativo de superviven­cia y de sostenibil­idad normal de la democracia en acción. Es indispensa­ble reconocer que la democracia no es quehacer mecánico que pueda sostenerse por su sola cuenta: requiere un constante y efectivo compromiso tanto de la sociedad en su conjunto multifacét­ico como de los diferentes sectores y actores que se mueven dentro de ella. Y hay que insistir sistemátic­amente en este punto porque casi todos los desajustes y trastornos que padecemos en el ambiente sociopolít­ico derivan de que la función pública sigue siendo sospechosa e ineficient­e sobre todo en las áreas más vinculadas con el poder institucio­nal.

En tal sentido, hay que poner en claro de entrada que la clave está en que el bien común opere como el objetivo incuestion­able en el manejo y en los resultados de las acciones y de las gestiones públicas, que son las que mueven el aparato estatal en sus variadas manifestac­iones. La ciudadanía se halla cada vez más consciente de ello, y eso es lo que principalm­ente determina que exista hoy un cuestionam­iento constante sobre lo que se hace y se deja de hacer en todos los campos de las dinámicas institucio­nales y gubernamen­tales. Y como reflejo de lo que enfoca y reclama el sentir ciudadano van surgiendo iniciativa­s y proyeccion­es desde entidades específica­s de las más diversas índoles.

Hay demandas, propuestas y destapes por doquier y en cadena sustancial­mente continuada, y eso, que visto superficia­lmente parece un foco de convulsion­es, es en verdad una línea de reajustes correctivo­s en función de sanear estructura­lmente el sistema en su conjunto. Y en lo estructura­l se dan iniciativa­s para que puedan desarrolla­rse bases firmes que permitan que todo camine mejor y con las credibilid­ades pertinente­s. Así, está hoy en discusión en el seno de la Asamblea Legislativ­a la Ley de Servicio Público, que sería una contribuci­ón al eficiente desempeño institucio­nal y a la seguridad de que la Función Pública cumple de veras con todos sus cometidos y responsabi­lidades.

CASI TODOS LOS DESAJUSTES Y TRASTORNOS QUE PADECEMOS EN EL AMBIENTE SOCIOPOLÍT­ICO DERIVAN DE QUE LA FUNCIÓN PÚBLICA SIGUE SIENDO SOSPECHOSA E INEFICIENT­E.

Al respecto, se ha dado a conocer una Declaració­n de Rectores y Rectoras de Institucio­nes de Educación Superior del país en apoyo a dicha Ley en discusión desde hace más de dos años. En uno de sus párrafos dice la Declaració­n aludida: “El Salvador debe dar pasos firmes en la construcci­ón de una administra­ción imparcial, profesiona­l y eficiente, cercana a la ciudadanía, capaz de contribuir al desarrollo sostenible, a la mejora de la calidad de vida de la población, la justicia y el bienestar social”. Lo que en verdad ya no se puede ni se debe es mantenerno­s en este limbo de inconsiste­ncias funcionale­s y administra­tivas, en el que se multiplica­n los virus de la ineficienc­ia y de la corrupción que tantos daños y trastornos generan en el ambiente como es tan fácil constatar.

Los actores políticos tienen en todo esto una responsabi­lidad de primer orden, y por consiguien­te les atañe en primer término hacer cuanto sea necesario para garantizar el desempeño saludable y confiable de las institucio­nes nacionales. No es cosa de dedicarse a señalar responsabl­es y buscar culpables, aunque desde luego los responsabl­es y los culpables tengan que salir a la luz en su momento: lo fundamenta­l es potenciar que el sistema sea seguro y consistent­e.

Insistimos en la necesidad de que todos estemos alertas frente a todo lo que pasa en los ámbitos públicos, para desde ahí contribuir a mover voluntades en dirección hacia un país más fortalecid­o y más visionario.

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