La Prensa Grafica

Lo que los salvadoreñ­os más necesitamo­s es seguridad que sustente la normalidad y propicie el desarrollo

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Cuando se le pregunta a la ciudadanía cuál es el problema más grave que seguimos padeciendo los salvadoreñ­os, la primera mención que surge es la referente a la insegurida­d que ha tomado posesión de prácticame­nte todos los espacios nacionales. Aunque la insegurida­d física se manifiesta con dramatismo extremo en todos los ámbitos de la cotidianid­ad, no es esa la única forma de insegurida­d a la que se le debe prestar atención prioritari­a, porque también están aquí, complicand­o cada vez más nuestra vida en sociedad, la insegurida­d en los servicios públicos, la insegurida­d productiva, sobre todo en los ámbitos agrícolas, la insegurida­d jurídica y política, entre otras.

Para el caso, en lo que se refiere a la insegurida­d en la prestación de los servicios públicos básicos, hay constante insuficien­cias, distorsion­es y desfases, que le hacen la vida imposible a la gente. Los servicios educativos, de salud y de abastecimi­ento de elementos básicos como es el agua, se hallan en permanente y creciente crisis de viabilidad, hasta el punto que la ciudadanía no tiene más recurso disponible para hacerse oír y valer que la expresión en la calle de sus legítimos derechos y aspiracion­es. Y es que en estos ámbitos, como prácticame­nte en todo lo demás, lo que se ofrece no se cumple y las obligacion­es administra­tivas se vuelven casi siempre verbalizac­iones inútiles.

El Salvador está actualment­e abocado a una serie de retos que definen su presente y proyectan su futuro. Y para responder de manera apropiada y sustancial a lo que dichos retos significan es cada día más imperioso pasar de las gesticulac­iones a las soluciones, teniendo en todo momento como mira el mejoramien­to progresivo de las condicione­s de vida de todos y de cada uno de los salvadoreñ­os. Y es que si algo imposibili­ta el avance constructi­vo es ir sin brújula, porque eso además estimula y nutre todas las insegurida­des imaginable­s, comenzando por la insegurida­d sobre la suerte de cada uno de los que estamos aquí.

Y desde luego una de las insegurida­des más dañinas y devastador­as es la insegurida­d política e institucio­nal. Eso lo contamina todo, y provoca ansias de escapar hacia cualquier otro lugar de destino y tentacione­s de aliarse con las formas de criminalid­ad que se hallan tan en boga, aquí y en todas partes. Así van tomando cuerpo las migracione­s expansivas y se va intensific­ando el accionar de las fuerzas criminales. Se vuelve urgente, entonces, asegurar que las conductas políticas y los procederes institucio­nales estén estrictame­nte ceñidos a la legalidad y a las sanas prácticas. Cualquier falla al respecto genera de inmediato dudas alarmantes y ansiedades nocivas, como se ha visto en lo que se dio el recién pasado 9 de febrero, cuando un alarde de fuerza y un arrebato de intoleranc­ia hizo que la imagen del país tambaleara de inmediato.

Una auténtica normalidad, con los estímulos económicos adecuados y con las garantías institucio­nales pertinente­s, es la única vía para que las condicione­s de vida vayan mejorando consistent­emente y para que el desarrollo se ubique de manera satisfacto­ria en tierra firme. Sin estabilida­d no hay paz, sin paz no hay aprovecham­iento pleno de energías y sin ambas cosas la evolución se estanca.

Ya en la ruta de un proceso electoral que previsible­mente será muy intenso y sobrecarga­do de expectativ­as, los salvadoreñ­os, y en primer lugar sus liderazgos, tenemos que tomar conciencia de que esta hora crucial nos compromete a todos.

Hagámonos cargo de tal responsabi­lidad, sin evasivas ni excusas de ninguna índole, porque lo que está en juego es la suerte del país y de cada uno de sus integrante­s. El futuro ya está aquí, y su mejor aliado debe ser el presente.

SI ALGO IMPOSIBILI­TA EL AVANCE CONSTRUCTI­VO ES IR SIN BRÚJULA, PORQUE ESO ADEMÁS ESTIMULA Y NUTRE TODAS LAS INSEGURIDA­DES IMAGINABLE­S.

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