En este tiempo sobrecargado de inseguridades es vital hacer que el orden y el respeto asuman su rol
LA INSEGURIDAD NO TIENE NI PUEDE TENER UN DESEMPEÑO ENTERAMENTE PREVISIBLE, PORQUE EN SU BASE ESTÁN SIEMPRE LAS DEFICIENCIAS DEL SISTEMA Y LOS VAIVENES EN EL TRATAMIENTO DE LA REALIDAD.
La experiencia en marcha de la expansión del Covid 19 prácticamente por todas las zonas del mundo nos pone de nuevo a todos frente a la evidencia dramática de lo que puede ocurrir en estos tiempos cuando las cosas se salen de control. El mencionado coronavirus vino de pronto y comenzó a invadir espacios, y aunque numéricamente los casos de contagio no parecieran graficar una alarma máxima, lo que verdaderamente se ha vuelto viral es que nadie tiene respuestas de contención ni siquiera en los países más avanzados. Y por ello la inseguridad se ha vuelto más fuerte e invasora que la plaga misma. Los efectos virulentos de ello en áreas como las finanzas, el comercio y el turismo son cada día más globales y con efectos cada vez menos predecibles y mucho menos controlables.
Y es que hay que tener plena conciencia del tipo de atmósfera en la que ahora todos nos movemos, para desde ahí empezar a hacer todo lo posible para activar respuestas adecuadas y eficientes a las diversas cuestiones que se mueven por doquier, generando esta sensación de estar a merced de lo que venga. Tengamos presente que la inseguridad, y más cuando se instala como mecanismo prevaleciente en cualquier tipo de sociedad, sobre todo en sociedades tan estructuralmente frágiles como la nuestra, es un factor de inviabilidad social que trae consigo múltiples riesgos y constantes amenazas; y a todo esto hay que irle dando respuestas que verdaderamente sean capaces de cambiar las cosas para bien, que es lo que en realidad se necesita.
Desde luego, la inseguridad no tiene ni puede tener un desempeño enteramente previsible, porque en su base están siempre las deficiencias del sistema y los vaivenes en el tratamiento de la realidad. Pero lo que sí se debe asegurar en todo momento es que la inseguridad no quede a la deriva en ninguna de sus formas y expresiones, porque al quedar así lo que prolifera es más de lo mismo, como podemos advertir claramente los salvadoreños de nuestra propia experiencia al respecto. En consecuencia, todo lo que hemos vivido y en gran medida continuamos viviendo tiene que servir como lección sin evasivas para entrar de inmediato en una fase de autocorrección nacional que haga posible sanear el sistema, prevenir los mismos males en el futuro y posibilitar la confianza como elemento básico de convivencia ciudadana en su plena dimensión.
La seguridad no va a arraigar en nuestro ambiente si se mantienen como hasta ahora el desorden y el irrespeto que campean en nuestra forma de vida y en nuestros métodos de interrelación socioeconómica y política. Las pruebas son patentes: el desorden conduce a la ingobernabilidad en todas sus expresiones, y el irrespeto va desarticulando indefectiblemente los esfuerzos armonizadores que son fundamentales para que haya auténtica estabilidad en marcha. En este momento, algunas iniciativas gubernamentales apuntan a establecer prácticas dirigidas a la seguridad ciudadana y al progreso económico; pero lo que sigue faltando es una planificación integral en la que todas las fuerzas nacionales participen. Y aquí reiteramos el imperativo de orden y de respeto, que permiten que todos los engranajes funcionen efectivamente.
Con el coronavirus encima, queda más evidente que nunca que la globalización trae consigo grandes oportunidades y al mismo tiempo desquiciantes peligros. Tenemos que estar preparados en todos los sentidos, porque sólo así seremos capaces de transitar por esta época tan desafiante con reales posibilidades de éxito.
Ninguna actitud mecánica puede tener alguna validez en estos días. Lo que a todos nos toca es asumir el fenómeno real como una prueba insoslayable.