LA LIBERTAD DE PRENSA EN NINGÚN CASO ES OPCIONAL, PORQUE SU VULNERACIÓN TRASTORNA TODO EL ORDEN ESTABLECIDO
Cualquier intento de tergiversar el sentido de las libertades es un atentado contra la seguridad nacional, que debe ser combatido a fondo aunque se patrocine desde los más elevados niveles del poder.
La libertad de prensa ha estado siempre expuesta a los ataques alevosos de quienes, desde las distintas esferas del poder, pretenden imponer su voluntad al servicio de intereses particulares o sectoriales por encima del interés general y del bien común. En las épocas en que las imposiciones ideológicas extremas han tenido un rol preponderante en los distintos ambientes los ataques contra la libertad de prensa han ganado especial protagonismo, pero en verdad en ningún momento han dejado de existir, así sea en forma solapada o encubierta. Y por esa razón hay que mantenerse en permanente guardia frente a cualquier señal de riesgo o de peligro para las libertades en general, y para las libertades de expresión y de prensa en particular. Por fortuna la guerra interna no desembocó en un régimen extremista, y hay que evitar a toda costa que eso de ninguna manera vaya a prevalecer en el ambiente, por ningún tipo de capricho personalista. Y en evitarlo la sociedad y la institucionalidad deben ir constantemente de la mano.
En los meses más recientes nuestra cotidianidad ha estado viviendo una lucha de fuerzas de carácter político, y las agresiones contra las libertades de expresión y de prensa han estado a la orden del día, poniendo en riesgo constante la normalidad del esquema de vida nacional. Se ha vuelto cada vez más indisimulable que, desde los ámbitos gubernamentales, el propósito de controlar la opinión publica responde a un objetivo que se obstina en forma creciente, como si de ello dependiera no sólo la suerte de la gestión sino también el destino del proceso en marcha. Hay aquí una distorsión que, de sostenerse y de intensificarse en el tiempo, nos hará caer en un desorden estructural de consecuencias incontrolables.
No se puede olvidar, ni mucho menos desconocer ni un solo instante, que la única garantía segura de que el país avanza por el rumbo correcto estriba en garantizar que el sistema se mueve con naturalidad abierta, dejando siempre espacios suficientes para que las opiniones se muevan sin reparos, la creatividad social se haga valer en su auténtico sentido y los ajustes renovadores puedan ejercer su función vivificante. Si no hay libertad en el pleno sentido y en la más amplia dimensión del término, todos los desajustes se hacen posibles, dejando abiertos los espacios para que la distorsión se incube y el trastorno se habilite. El poder, entonces, se vuelve el peor enemigo de sí mismo y el máximo distorsionador del sano ejercicio de la razón política en todo sentido.
Ante los riesgos que al respecto están sobre el terreno, se debe activar toda una estrategia de ordenamiento que asegure que las libertades, y muy en particular las de expresión y de prensa, se mantengan no sólo vigentes con suficiente fortaleza y credibilidad, sino que vayan acumulando estabilidad en forma permanente hasta el punto de no generar incredulidad sobre su verdadera fuerza sustantiva. A lo largo de estos decenios posteriores al fin de la guerra, las libertades se han ido consolidando en el país y no hay que permitir, bajo ningún concepto, que esa ruta se distorsione, porque eso sería perder mucho de lo que ya se ha ganado. Por el contrario, de lo que ahora se trata es de fortalecer cada día más la democracia, haciendo que sus libertades prosperen progresivamente.
Cualquier intento de tergiversar el sentido de las libertades es un atentado contra la seguridad nacional, que debe ser combatido a fondo aunque se patrocine desde los más elevados niveles del poder. Nuestra ciudadanía ha evolucionado lo suficiente para ya no permitir tales despropósitos. Este un momento crucial para nuestro proceso en su conjunto, y es responsabilidad directa de todos los connacionales trabajar sin reservas para que las distorsiones no ganen terreno.