ENTRE LA REPÚBLICA Y EL TRONO
El valiente redentor que aseguró la sanación política del país y logró colarse en casa presidencial no esperó mucho para salir del clóset y mostrar sin tapujos su afición a la improvisación, el desorden y su adicción a la mentira. Sin discusión, merecedor de un lugar especial entre los personajes más falsos de nuestra historia política moderna.
Contradiciendo todo lo que ofreció en su prédica populista de campaña, tolera la corrupción, arremete contra la democracia, el Estado de derecho, la institucionalidad, y parece heredó de sus antecesores gusto por el derroche y el nepotismo.
Su astucia es innegable, su mayor acierto para hacerse de la silla presidencial fue el destructor y constante discurso de su campaña, fomentando la desconfianza hacia los partidos políticos mayoritarios, explotando el destape de corrupción de los últimos gobiernos. Sin ofrecer más que ser diferente, su éxito fue motivar el abstencionismo, dieta política que deja la decisión de los procesos electorales en pocas manos.
Su victoria no fue sorpresa, logró generar expectativas en la minoría que acudió a votar. Pero a más de un año de ser gobernados por esta nueva fuerza, híbrido engendro de oportunistas reciclados (del colador de los viejos partidos), y un rebaño de obedientes y ambiciosos sirvientes, nuestro país camina directo hacia el descalabro económico y social.
Sumidos ante un mandato escupidor de veneno, acomodador de leyes y convencido de ser iluminado, ultraja nuestro sistema republicano y destruye los avances democráticos alcanzados con sangre, despreciando lo logrado en nuestra difícil caminata hacia la verdadera libertad.
Soñador del reconocimiento mundial como líder desperdiciado en el tercer mundo, nuestro egocéntrico mandatario recibió la pandemia como el mejor obsequio que el destino le deparó; con esta oportuna calamidad, limitó el trabajo territorial de sus competidores, ahorcó a sus patrocinadores y aprovechó los recursos de la emergencia para ejercer en pleno el populismo más puro que hayamos conocido.
Confeccionando estadísticas y noticias a su medida, escondió la responsabilidad de la seguridad ciudadana, relegando el bienestar de la población honrada y trabajadora. Las cifras oficiales que publica ocultan la verdad sobre los caídos ante la pandemia y las víctimas de la criminalidad
–en este caso, ciudadanos que en un instante fueron juzgados y sentenciados bajo las leyes oscuras de la delincuencia.
El gobierno nos traicionó, al jugar con la mortalidad de la pandemia y al arrodillarse ante el poder de las pandillas. La disputa por la territorialidad política sustituyó la lucha contra la delincuencia y la pandemia, al concebir un pacto deshonroso con el terrorismo e imponer una desordenada y oportuna cuarentena política.
En vísperas de un proceso electoral clave para corregir el rumbo, los partidos tradicionales y los que se estrenan deben luchar por más que simplemente redistribuir el pastel del poder legislativo y municipal; deben sacar del ocio político a los apáticos, reanimar a los adormecidos y abofetear a los embobados, haciéndolos reaccionar ante la responsabilidad de buscar la verdadera renovación política y evitar caer en el hoyo de la dictadura.
Estamos a meses de la oportunidad de decidir continuar con la república o convertir la silla presidencial en un trono. Solo en democracia tendremos la oportunidad de corregir los errores del pasado y no caer en un régimen imperioso, arbitrario y empobrecedor.
Sin ofrecer más que ser diferente, su éxito fue motivar el abstencionismo.