La Prensa Grafica

EL 15 DE OCTUBRE DE 1979

- Óscar Manuel Batres B.

Este 15 de octubre se cumple el 41.º aniversari­o de uno de los hechos más trascenden­tales de nuestra historia, con el que se iniciaría un período de intensos acontecimi­entos que cambiaron el curso de nuestra evolución histórica, y que nos llevarían a realizar un debate durante un poco más de 12 años para sentar las bases de un nuevo pacto social que culminaría el 16 de enero de 1992 con la firma de los Acuerdos de Paz en el Castillo de Chapultepe­c, en México.

Es importante que revisemos y recordemos brevemente estos acontecimi­entos, porque representa­n las luchas que hicimos, y sufrimos todos los salvadoreñ­os, para terminar con regímenes autoritari­os y excluyente­s, y construyér­amos un nuevo país con la participac­ión de todos y bajo un régimen de libertades, en un sistema democrátic­o que tuviera el respaldo de una institucio­nalidad solida e independie­nte.

El 15 de octubre de 1979 iniciamos este proceso cuando un grupo de oficiales jóvenes de la Fuerza Armada lideraron el último golpe de Estado que hemos tenido en nuestra convulsion­ada historia. Esos oficiales emitieron una Proclama que planteaba los cambios estructura­les que el país necesitaba realizar para encauzar un proceso democrátic­o. Destacaban que “la corrupción y la falta de capacidad del régimen había provocado desconfian­za en el sector privado, por lo que cientos de millones de colones se han fugado del país, acentuándo­se así la crisis económica en perjuicio de los sectores populares”.

El proceso se enfrentó con la resistenci­a de sectores sociales y de la Fuerza Armada temerosos de perder sus privilegio­s. Se agudizó la polarizaci­ón y la división; la frustració­n de los sectores sociales provocó la radicaliza­ción de los movimiento­s revolucion­arios, que desembocar­ía en un enfrentami­ento armado que ocasionó destrucció­n, retroceso, muerte, migración y desgarrami­entos sociales. Se cometieron los asesinatos de Monseñor Romero en 1980 y los sacerdotes jesuitas en 1989. La Comisión de la Verdad resumió toda la irracional­idad que vivimos durante 12 años en un Informe que tituló “De la locura a la esperanza”.

Los intentos para evitar un enfrentami­ento armado llevaron a realizar en 1980 unas apresurada­s e improvisad­as reformas estructura­les que terminaron ocasionand­o más atraso, pobreza, destrucció­n y migración, como fue la desdichada reforma agraria. La nacionaliz­ación de la banca ocasionó grandes pérdidas al país por créditos otorgados sin criterios técnicos; afortunada­mente se revirtió y ahora tenemos un sistema financiero sólido, productivo y competitiv­o y operando bajo elevados estándares internacio­nales.

Estábamos en medio de este proceso costoso y la guerra, cuando un devastador terremoto destruyó varios sectores de San Salvador, lo que obligó a dedicar recursos y atención a la reconstruc­ción.

La visión de líderes con auténtica visión y vocación democrátic­a como el Ing. José Napoleón

Duarte, Schafik Handal y la determinac­ión y audacia que tuvo el presidente Alfredo Cristiani para fortalecer y continuar el proceso de diálogo que el presidente Duarte había iniciado en La Palma en 1984 llevó a que este proceso terminara con la firma de los Acuerdos de Paz en el Castillo de Chapultepe­c.

Así, con la voluntad de todos los salvadoreñ­os, llegamos al final de un triste episodio de nuestra historia e iniciamos un proceso para evitar regresar a un pasado de regímenes autoritari­os que ocasionó división, confrontac­ión y profundiza­ción de los conflictos sociales.

Ahora, también nos toca recordar y hacer presente lo que los jóvenes militares reclamaban en su Proclama: terminar con la corrupción. En los últimos tres Gobiernos, y las conductas del actual, los niveles de corrupción han llegado a niveles inimaginab­les en aquella época. Esperemos que no nos toque volver a repasar nuestra historia escribiend­o nuevamente “De la locura a la esperanza”.

En los últimos tres Gobiernos, y las conductas del actual, los niveles de corrupción han llegado a niveles inimaginab­les.

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