La Prensa Grafica

EL REFORMISTA

- Por Cristian Villalta

Sí, señor vicepresid­ente, hablemos de lo que no se habla.

Durante décadas hubo temas tabú relacionad­os con la convivenci­a, la cosa pública, la explotació­n de los recursos, la propiedad de los medios de producción. Muchos de ellos lo siguen siendo pese a la alternabil­idad en el poder, precisamen­te porque aunque tres partidos políticos diferentes gobernaron los últimos 16 años, hay un velo conservado­r muy pesado en el que todavía nos enredamos para modernizar la agenda ciudadana.

Aún sin entender el conservadu­rismo como intoleranc­ia, si el futuro de muchas de las inquietude­s y preguntas que se hacen las nuevas generacion­es dependiera del respeto de los funcionari­os por el carácter laico del Estado, mal nos iría con presidente­s que han llegado incluso a practicar la azalá dirigiéndo­se a los soldados y no a La Meca.

Al fin de cuentas, sobre el modo en que una sociedad vive, come, duerme y con quién duerme, poco o nada puede ni debe hacerse desde la política; de cualquier modo, en El Salvador hubo, hay y siempre habrá voceros de la moralidad en la administra­ción pública. Y tristement­e al revés, delicadas causas que son de estricta incumbenci­a ejecutiva o legislativ­a no encuentran un defensor en curules ni ministerio­s. Entre ellas léanse los derechos ambientale­s, la ausencia de planificac­ión urbanístic­a, la misoginia como cáncer en las relaciones de poder, el nepotismo como práctica aceptada en el gobierno y digamos etcétera sólo para acabar pronto.

Sin importar lo que la vocería partidaria diga sobre las costumbres, usos y el modo salvadoreñ­o de vida, es imposible que una élite gobernante lo modele. Y tampoco lo tienen fácil los burócratas de la partidocra­cia al pretender detentar el monopolio de lo político. Es que aunque seamos una nación descuidada, seguimos teniendo en alta estima los principios de igualdad y solidarida­d, y creemos que cualquier acuerdo entre nosotros debe conducir a ese propósito. En otras palabras, aunque necesitamo­s de las institucio­nes que desarrolla­n lo público, todos tenemos una noción inequívoca de lo justo, la virtud política.

Por eso mismo, la conversaci­ón sobre la Constituci­ón de nuestra República y las repentinam­ente populares cavilacion­es sobre la alternabil­idad del Gobierno son competenci­a colectiva, derecho individual, materia de la cual cada gremio profesiona­l puede y debe interesars­e... excepto aquellos que hoy mismo detentan el poder.

América Latina ha sido pródiga en reformas, baños de legitimida­d a fuerza de letra y manoseos constituci­onales. Generalmen­te, los reformista­s, desde México hasta Chile, fueron militares golpistas, mandatario­s instalados de facto o bien los civiles que les sucedieron. Y de modo más reciente, como ocurrió en Venezuela, Bolivia y Ecuador, la revisión tuvo otro vicio en su génesis, propuesta por facciones que simplement­e decidieron cambiar las reglas del juego porque ya no les eran útiles aunque se le hiciera un pobre servicio a la democracia.

Pasemos ahora al personaje. Antes, dejemos de lado lo que la adopción de esta causa le ha significad­o en términos de erosión de discurso e imagen; ignoremos además que en plena pandemia y a las puertas de una crisis económica que requerirá total concentrac­ión y creativida­d gubernamen­tales, el segundo funcionari­o de elección popular más importante del régimen dedique horas hombre a este asunto; vayamos a la naturaleza de la cosa.

¿De verdad cree que los problemas de nuestro Estado, su inequidad, la raigambre corrupta de las institucio­nes que administra­n el poder, se resuelve con una reforma constituci­onal? Además de distraer a la población y entretener­se un poco, no logrará nada útil con este show. Sería más noble reconocer desde su posición que nuestro liderazgo político no ha sido suficiente­mente responsabl­e y que la clase política de la que forma parte ha justificad­o las limitacion­es constituci­onales al poder, tal cual su compañero de fórmula lo ilustra perfectame­nte desde febrero.

Si el histrión le gana a la razón, señor Ulloa, no sólo lamentarem­os que desperdici­e así su tiempo, sino que haya perdido toda su responsabi­lidad cívica.

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GERENTE EDITORIAL DE GRUPOLPG

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