LA FICCIÓN CEDERÁ PRONTO PASO A UNA REALIDAD COMPLICADA
Incluso entre las “fake news” hay que distinguir las que tienen pretensiones informativas y las que son abiertamente ficción. Y cuando toca al estado de la economía en el año pandémico,
en El Salvador como en muchos países latinoamericanos las fuentes oficiales pertenecen al campo de lo fantástico.
En su más reciente hecho de propaganda, el gobierno de Gana sostuvo que el de 2021 será el presupuesto general de la nación “con la deuda más baja en décadas”, e incluye esa pretensión dentro del eslogan “el próximo año retomaremos el rumbo después de la pandemia”.
Según el Balance Preliminar de las Economías de América Latina y el Caribe 2020 presentado este mes por la CEPAL, el producto interno bruto salvadoreño decreció en un 8.6 por ciento; es la tercera disminución más pronunciada de este indicador desde 1950, después de las de 1980 y 1981, al inicio del conflicto armado.
La caída del interno bruto era inevitable considerando la depresión que el encierro y la pérdida de empleos han tenido en el consumo de bienes y servicios, así como el efecto de la cuarentena en la inversión privada más la volatilidad de los gastos gubernamentales.
También era inevitable que el Estado salvadoreño se endeudara para paliar la crisis, pero no del modo desordenado en que lo ha hecho, activando simultáneamente una narrativa de negación y engaño a la población que ahora incluye la falacia de un presupuesto con irrisorios compromisos de deuda. Sólo en este año, la deuda interna bruta subió poco menos de 11 puntos respecto del producto interno.
Aunque la proyección para 2021 es de un crecimiento del 3.5 del PIB, en realidad esos porcentajes no representarán sino un crecimiento del 0.8 por ciento respecto de 2019. No es un problema exclusivo de nuestro país, por supuesto. Se estima que en este final de año, el promedio del producto interno por habitante en América Latina y el Caribe habrá retrocedido 10 años.
Pero a diferencia de otras economías, la salvadoreña no sólo se enfrentará a los retos transversales de crecimiento inflacionario y volatilidad financiera en los mercados internacionales, sino al de la precariedad del Estado de derecho y la inestabilidad social.
En las próximas semanas, el ruido electoral mantendrá distraída o ausente la atención ciudadana. Una vez pasadas las votaciones, El Salvador adquirirá cada vez más conciencia sobre todo lo perdido en términos de empleo y liquidez. En manos de una nueva facción y un nuevo estilo de hacer política, la sociedad ha encontrado en la partidocracia un divertimento; los tiempos que se acercan exigirán más que eso, requerirán ni siquiera de una válvula de escape sino de un catalizador para las tensiones latentes, que aumentarán con el empobrecimiento de la población.
Así la situación, no es el mejor momento para versiones ligeras de la situación, discursos inflados con propaganda o filípicas contra los sectores académicos, económicos o sociales de los que luego se va a necesitar para sacar adelante al país. Un esfuerzo nacional repleto de inventiva y generosidad, eso es lo que se requerirá para atajar los múltiples riesgos del futuro inmediato. Muchos actores han estado y estarán a la altura del reto; ¿lo estará el liderazgo político?
También era inevitable que el Estado salvadoreño se endeudara para paliar la crisis, pero no del modo desordenado en que lo ha hecho, activando simultáneamente una narrativa de negación y engaño a la población que ahora incluye la falacia de un presupuesto con irrisorios compromisos de deuda. Sólo en este año, la deuda interna bruta subió poco menos de 11 puntos respecto del producto interno.