UNA REFLEXIÓN AL FINAL DEL AÑO PANDÉMICO
El año en que la política y el interés público se exhibieron de modo crudo y no siempre estuvieron juntos. Y en esa dirección, en 2021 la nación salvadoreña tiene el reto de procesar los profundos efectos de la pandemia en la economía y la política, manteniéndose fiel a la convicción de que las conquistas de una democracia joven deben defenderse con la misma convicción que se defendió el bienestar social y la salud.
La pandemia sometió a revisión todo lo que se daba por hecho, tocando los pilares de la vida contemporánea. Al mismo tiempo que los progresos de investigación científica y conocimientos médicos que propició marcarán a la civilización en el resto del incipiente siglo, las deficiencias de gobernanza y transparencia quedaron reveladas, socavando a muchos de los líderes políticos a los dos lados del Atlántico.
Así, 2020 no fue sólo un año de pandemia sino un momento de reflexión mundial acerca de la importancia de la comunicación desde la esfera pública a la ciudadanía, la conveniencia de que ese flujo sea sostenido, lo insidioso de la propaganda política y la tendencia de la democracia a concentrar el poder en cúpulas cada vez más populistas y menos ilustradas.
No fue casualidad que desde algunos liderazgos como el de Estados Unidos, México o Brasil se intentara restar importancia al brote en las primeras semanas de la crisis. En la década que termina, el paradigma de la comunicación política fue que la repetición basta para hacer pasar por ciertas las apreciaciones y validar las agendas sectarias o personales; merced a la maestría en el uso de la plataforma social, los hilos del establishment se volvieron invasivos y ya no hay barreras domésticas ni generacionales que los corten. El consumo del contenido se ha vuelto transversal, permitiendo a los que entienden la lógica de ese nuevo medio masivo una penetración inédita.
Habituados a permear en todas las capas de la sociedad sin importar la naturaleza del mensaje o si contribuye a la convivencia, esos líderes creyeron que la crisis sanitaria se controlaría sólo combatiendo el pánico, y que la sostenibilidad económica dependería más de la percepción pública que de la salud pública. Se equivocaron, con consecuencias que a la postre impactaron en su misma continuidad en el poder en el caso estadounidense.
El frustrado recurso a la psicología colectiva ante la pandemia fue tan común como el intento de algunos gobiernos de administrar la crisis con opacidad. El Salvador no estuvo solo en ese listado, en muchos países desde el Primer al Tercer Mundo se eligió el mismo manual, cerrándose las ventanas a la información con la excusa de la manida seguridad nacional. Y ante las cortinas que se levantaron contra el derecho del público a saber, o la sociedad se manifestó proactivamente buscando respuestas, o el periodismo hizo y hace su parte, o se consolidó un modo nefasto de gobernar. Cada nación pagará la cuenta que le corresponde en los próximos años.
Son los apuntes más importantes del inolvidable 2020, el año en que vivir en un mundo interconectado fue a la vez la principal preocupación y la principal fortaleza, el año en que la familia se reinstaló como base del tejido social y laboral, el año en que la política y el interés público se exhibieron de modo crudo y no siempre estuvieron juntos.
Y en esa dirección, en 2021 la nación salvadoreña tiene el reto de procesar los profundos efectos de la pandemia en la economía y la política, manteniéndose fiel a la convicción de que las conquistas de una democracia joven deben defenderse con la misma convicción con que se defendió el bienestar social y la salud.