La Prensa Grafica

LA EPIFANÍA DEL SEÑOR

- Rutilio Silvestri www.reflexiona­ndo.org

Hemos celebrado la Epifanía del Señor, también llamado día de los Reyes. Epifanía quiere decir manifestac­ión. Este día la Iglesia celebra la manifestac­ión del Señor al mundo entero. Después de darse a conocer a los pastores, se revela a los Magos, primicias de la gentilidad, de suerte que la Epifanía es una afirmación de la voluntad salvífica de Dios.

El Niño recién nacido es ciertament­e el Mesías prometido a los israelitas; pero su misión redentora se extiende a toda la humanidad. Es el nuevo Adán que, apareciend­o en la condición de nuestra mortalidad, nos ha regenerado con la nueva luz de su inmortalid­ad, nos dice la Liturgia.

En la adoración de los Magos, vemos representa­das a los millones de almas de toda lengua y nación que se ponen en camino, llamadas por Dios, para adorar a Jesucristo. Este es el sentido pleno que nos ofrece la profecía de Isaías: ¡levántate, Jerusalén, resplandec­e! Que ya se alza tu luz y se levanta sobre ti la gloria del Señor.

El profeta dirige su voz a la ciudad santa, figura de la Iglesia, la nueva Jerusalén, luz de las naciones. De todas partes vendrán reyes y pueblos, atraídos por los destellos de su gloria. Madre y Maestra de todos los pueblos, la Iglesia los acoge en su seno y los presenta como preciada dote a Cristo su Esposo.

Nos dice San León Magno: Desde que una estrella condujo –trayéndolo­s de tierras lejanas– a tres Magos para que conociesen y adoraran al Rey del cielo y de la tierra. La sumisión de los Magos se nos pone como modelo, de manera que, en la medida en que podamos, secundemos esta gracia que empuja a todos hacia Cristo.

Cualquiera que vive piadosa y castamente en la Iglesia –continúa San León Magno–, que saborea las cosas de arriba y no las de la tierra es, en cierto modo, semejante a esta luz celestial. Mientras conserva en sí mismo el resplandor de una vida santa, muestra a muchos –como la estrella– el camino que conduce a Dios. Animados por este celo, ayudaos los unos a los otros, queridísim­os –termina el santo–, para que brilléis como los hijos de la luz en el Reino de Dios, adonde se llega por la recta de la fe y las buenas obras. Los magos, entrando en la casa, hallaron al Niño con María, su Madre, y

postrándos­e le adoraron. Son los representa­ntes de todas las personas que, en el curso de los siglos, se postrarían también ante el Redentor.

Ahora que han pasado dos mil años, mirando en torno nuestro a un mundo muy alejado de Dios, podría insinuarse la tentación del pesimismo, porque queda mucho por hacer.

Pero es que somos los cristianos quienes ponemos obstáculos al querer redentor de Jesús, porque a veces no sabemos comportarn­os como Él espera. Por eso, hoy miramos con especial atención la escena de la Epifanía, para aprender de aquellos hombres de Oriente, postrados ante el Niño de Belén.

Pidamos a la Virgen que nos enseñe a ser humildes y abnegados, a no pensar nunca en nosotros mismos. Porque solo así podrá vivir Cristo en nosotros; y solo identifica­dos con el Señor será eficaz nuestra labor corredento­ra.

El profeta dirige su voz a la ciudad santa, figura de la Iglesia, la nueva Jerusalén, luz de las naciones.

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COLUMNISTA DE LA PRENSA GRÁFICA

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