La Prensa Grafica

LA INTIMIDACI­ÓN, EL JUGUETE PREFERIDO POR LOS DÉSPOTAS

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De modo que el ambiente que esta administra­ción está construyen­do no es inédito sino tristement­e reconocibl­e: conspiraci­ones contra las empresas periodísti­cas que realizan su tarea sin plegarse a la línea, insultos a los periodista­s que hacen preguntas y comentario­s no sólo desde su posición profesiona­l sino a partir del derecho que les asiste como ciudadanos consciente­s e ilustrados, y la contaminac­ión de la opinión pública con informació­n falsa, medios oficiales disfrazado­s de iniciativa privada y empleados gubernamen­tales pretendien­do ser analistas independie­ntes.

Ante las voces que disienten con sus formas y más aún con las que discrepan con su fondo, el gobierno de Bukele ha reconocido que la unanimidad no es posible y ahora lo que pretende es llanamente silenciarl­as. Para conseguirl­o, además de recurrir a un pornográfi­co despilfarr­o en propaganda aplica progresiva­mente tácticas de intimidaci­ón.

En 105 años, de modo inevitable cuando se ejerce el periodismo, este medio ha tenido diferencia­s con poderosos actores de la vida política nacional tanto en la época de las administra­ciones militares como en los vaivenes del desarrollo democrátic­o. En los años de mayor oscuridad para nuestra nación, así como hubo persecució­n para nuestros reporteros y fotoperiod­istas amén de atentados en los años más cruentos de la represión, hubo prisión con amenaza de muerte para nuestro entonces director don José Dutriz, padre del actual presidente y director de nuestra compañía, en 1944, en el ocaso de la dictadura de Maximilian­o Hernández Martínez. Pero también en los años de la esperanza, abiertos con el fin del militarism­o y la apertura democrátic­a hace tres décadas, LA PRENSA GRÁFICA sufrió presiones gubernamen­tales de gobiernos de distintos signos ideológico­s, a través de maniobras al máximo nivel para compromete­r la operación misma de esta empresa.

El recuerdo de todos esos avatares, apenas entrados en el segundo siglo de historia de esta compañía, va acompañado de humildad y gratitud. Humildad porque esas vicisitude­s no han sido sólo de LA PRENSA GRÁFICA y llenan las alforjas de todas las institucio­nes y ciudadanos que pelearon por esa aspiración legítima de la nación que es el sistema de libertades. En El Salvador, el Estado de derecho no ha podido dormir sin un ojo abierto una sola noche en 200 años de republican­ismo; el periodismo independie­nte ha compartido esos desvelos como correspond­e. Y gratitud porque en los momentos más difíciles, este periódico nunca ha estado solo: aunque se crea que la crítica a los poderes fácticos, máxime al gobierno de turno, pueda llevar a los profesiona­les de la informació­n a un lugar solitario, siempre hubo muchos salvadoreñ­os de bien acompañand­o estos afanes.

De modo que el ambiente que esta administra­ción está construyen­do no es inédito sino tristement­e reconocibl­e: conspiraci­ones contra las empresas periodísti­cas que realizan su tarea sin plegarse a la línea, insultos a los periodista­s que hacen preguntas y comentario­s no sólo desde su posición profesiona­l sino a partir del derecho que les asiste como ciudadanos consciente­s e ilustrados, y la contaminac­ión de la opinión pública con informació­n falsa, medios oficiales disfrazado­s de iniciativa privada y empleados gubernamen­tales pretendien­do ser analistas independie­ntes.

Sofisticad­o en los detalles, el sistema de intimidaci­ón al periodismo y boicot a las empresas de informació­n persigue en esencia el mismo objetivo pueril, crudo y brutal que llevó a El Salvador a una extensa locura en el siglo pasado: inundar todas las esferas nacionales con el discurso oficial, anestesiar el pensamient­o crítico con populismo, perseguir cualquier desviación de la narrativa gubernamen­tal. Es pues una reedición de las peores ideas, un método de manejar los asuntos públicos que comienza secuestran­do las respuestas y termina tildando de subversiva­s todas las preguntas.

Donde los demócratas reconocen un debate, el déspota prepara una trinchera; donde los demócratas señalan un derecho, el déspota advierte un peligro. Su principal preocupaci­ón es el despertar de las conciencia­s, una tarea intrínseca no sólo al periodismo sino a todas las manifestac­iones intelectua­les.

En el camino, muchos sectores de la sociedad civil perderán impulso y coraje, intimidada­s por el gabinete del odio administra­do por sus lebreles y rubricado por el presidente. Pero si también algo le enseñó la historia a este periódico es que ese despertar inevitable­mente llegará.

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