MESA SERVIDA
Los Acuerdos de Paz de 1992, de hace 29 años, tienen antecedentes, tienen justificación y sentaron bases para nuestra democracia. Movilizaron voluntades, recursos y compromisos, nacionales e internacionales, desde junio de 1986 con el Acta de Contadora para la paz y la cooperación en Centroamérica y con el Acuerdo de Esquipulas II de agosto de 1987. El proceso de democratización en nuestro país no fue “de soplar y hacer botellas”.
¿Qué motivó el Acuerdo de Esquipulas? La voluntad consensuada en el Acta de Contadora suscrita en junio de 1986 (hace 35 años). Destaco dos puntos de consenso en ese documento: (4) “la paz y la confianza en la región centroamericana podrá alcanzarse respetando los principios del derecho internacional y particularmente, el derecho de los pueblos a elegir libremente y sin interferencia externa, el modelo de organización, política, económica y social que mejor corresponda, a través de instituciones que representen la voluntad popular libremente expresada”; (5) la importancia de crear, fomentar y vigorizar sistemas democráticos en todos los países
de la región.
Contadora inspiró compromisos en distintas áreas (incluyendo la militar y armamento), entre los que destacan el de “garantizar el pleno respeto a los derechos y, con ese fin, cumplir con las obligaciones contenidas en los instrumentos jurídicos internacionales y las disposiciones constitucionales sobre la materia” (10) y “adoptar las medidas conducentes que garanticen, en igualdad de circunstancias, la participación de los partidos políticos en los procesos electorales asegurando su acceso a los medios masivos de comunicación y sus libertades de reunión y expresión” (14).
El Acuerdo de Esquipulas II estableció el procedimiento para la paz duradera: reconciliación duradera mediante el diálogo, la amnistía y una Comisión Nacional de Reconciliación; la exhortación al cese de hostilidades; la democratización y las elecciones libres; el cese de la ayuda a las fuerzas irregulares o a los movimientos insurreccionales. Nada fue inventado. Hubo compromiso regional con la democratización mediante “un proceso democrático pluralista, representativo y participativo que garantice la participación de partidos políticos y la participación popular en la toma de decisiones, que implique la promoción de la justicia social, el respeto a los derechos humanos, la soberanía, la integridad territorial de los Estados, el derecho a determinar libremente y sin injerencias externas, el modelo económico y social, el libre acceso a diversas corrientes de opinión y procesos electorales honestos y periódicos”.
Venimos de todas estas carencias del irrespeto a los derechos humanos, de la falta de institucionalidad parra garantizar la voluntad popular, de excesos de la Fuerza
Armada, de la militarización de la sociedad, de la proscripción de partidos políticos, de la persecución y la muerte. En junio de 2019 la mesa estaba servida. Los comensales pueden servirse porque desde la década de los ochenta hubo incentivos, y hasta presiones, para crear, fomentar y vigorizar sistemas democráticos: “Distintos gobernantes y pueblos del mundo, sus instituciones internacionales, en especial la Comunidad Económica Europea, Su Santidad Juan Pablo Segundo, alentaron un proceso que concluyó con los Acuerdos de Paz de 1992”.
Destaco proceso porque ningún acuerdo es varita mágica para transformar la realidad. Se necesita visión, empeño, perseverancia y disciplina. Los resultados no se dan de la noche a la mañana. ¿Cual fue la diferencia en el 92? La experiencia, los compromisos y el apoyo acumulado nacional e internacionalmente se convirtió en un capital valioso para concretar las reformas institucionales que exige la democracia. De allí surgen los cambios en la Constitución para transformar una lucha armada en una contienda política electoral, de allí surgen los cambios para reformar el sistema de justicia, de allí surge la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos, de allí surge la reforma de la Fuerza Armada... en esos acuerdos se sentaron las bases de nuestra democracia.
Los gobernantes, los liderazgos y los ciudadanos hemos contribuido, con más o menos efectividad, con más o menos velocidad, con más o menos compromiso con su desarrollo.
Ningún acuerdo es varita mágica para transformar la realidad. Se necesita visión, empeño, perseverancia y disciplina.