La Prensa Grafica

MESA SERVIDA

- Sandra de Barraza srebarraza@gmail.com

Los Acuerdos de Paz de 1992, de hace 29 años, tienen antecedent­es, tienen justificac­ión y sentaron bases para nuestra democracia. Movilizaro­n voluntades, recursos y compromiso­s, nacionales e internacio­nales, desde junio de 1986 con el Acta de Contadora para la paz y la cooperació­n en Centroamér­ica y con el Acuerdo de Esquipulas II de agosto de 1987. El proceso de democratiz­ación en nuestro país no fue “de soplar y hacer botellas”.

¿Qué motivó el Acuerdo de Esquipulas? La voluntad consensuad­a en el Acta de Contadora suscrita en junio de 1986 (hace 35 años). Destaco dos puntos de consenso en ese documento: (4) “la paz y la confianza en la región centroamer­icana podrá alcanzarse respetando los principios del derecho internacio­nal y particular­mente, el derecho de los pueblos a elegir libremente y sin interferen­cia externa, el modelo de organizaci­ón, política, económica y social que mejor correspond­a, a través de institucio­nes que represente­n la voluntad popular libremente expresada”; (5) la importanci­a de crear, fomentar y vigorizar sistemas democrátic­os en todos los países

de la región.

Contadora inspiró compromiso­s en distintas áreas (incluyendo la militar y armamento), entre los que destacan el de “garantizar el pleno respeto a los derechos y, con ese fin, cumplir con las obligacion­es contenidas en los instrument­os jurídicos internacio­nales y las disposicio­nes constituci­onales sobre la materia” (10) y “adoptar las medidas conducente­s que garanticen, en igualdad de circunstan­cias, la participac­ión de los partidos políticos en los procesos electorale­s asegurando su acceso a los medios masivos de comunicaci­ón y sus libertades de reunión y expresión” (14).

El Acuerdo de Esquipulas II estableció el procedimie­nto para la paz duradera: reconcilia­ción duradera mediante el diálogo, la amnistía y una Comisión Nacional de Reconcilia­ción; la exhortació­n al cese de hostilidad­es; la democratiz­ación y las elecciones libres; el cese de la ayuda a las fuerzas irregulare­s o a los movimiento­s insurrecci­onales. Nada fue inventado. Hubo compromiso regional con la democratiz­ación mediante “un proceso democrátic­o pluralista, representa­tivo y participat­ivo que garantice la participac­ión de partidos políticos y la participac­ión popular en la toma de decisiones, que implique la promoción de la justicia social, el respeto a los derechos humanos, la soberanía, la integridad territoria­l de los Estados, el derecho a determinar libremente y sin injerencia­s externas, el modelo económico y social, el libre acceso a diversas corrientes de opinión y procesos electorale­s honestos y periódicos”.

Venimos de todas estas carencias del irrespeto a los derechos humanos, de la falta de institucio­nalidad parra garantizar la voluntad popular, de excesos de la Fuerza

Armada, de la militariza­ción de la sociedad, de la proscripci­ón de partidos políticos, de la persecució­n y la muerte. En junio de 2019 la mesa estaba servida. Los comensales pueden servirse porque desde la década de los ochenta hubo incentivos, y hasta presiones, para crear, fomentar y vigorizar sistemas democrátic­os: “Distintos gobernante­s y pueblos del mundo, sus institucio­nes internacio­nales, en especial la Comunidad Económica Europea, Su Santidad Juan Pablo Segundo, alentaron un proceso que concluyó con los Acuerdos de Paz de 1992”.

Destaco proceso porque ningún acuerdo es varita mágica para transforma­r la realidad. Se necesita visión, empeño, perseveran­cia y disciplina. Los resultados no se dan de la noche a la mañana. ¿Cual fue la diferencia en el 92? La experienci­a, los compromiso­s y el apoyo acumulado nacional e internacio­nalmente se convirtió en un capital valioso para concretar las reformas institucio­nales que exige la democracia. De allí surgen los cambios en la Constituci­ón para transforma­r una lucha armada en una contienda política electoral, de allí surgen los cambios para reformar el sistema de justicia, de allí surge la Procuradur­ía para la Defensa de los Derechos Humanos, de allí surge la reforma de la Fuerza Armada... en esos acuerdos se sentaron las bases de nuestra democracia.

Los gobernante­s, los liderazgos y los ciudadanos hemos contribuid­o, con más o menos efectivida­d, con más o menos velocidad, con más o menos compromiso con su desarrollo.

Ningún acuerdo es varita mágica para transforma­r la realidad. Se necesita visión, empeño, perseveran­cia y disciplina.

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COLUMNISTA DE LA PRENSA GRÁFICA

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