La Prensa Grafica

EL 16 DE ENERO DE 1992 SE FIRMARON LOS “ACUERDOS DE PAZ” QUE LE PUSIERON FIN A LA GUERRA INTERNA EN NUESTRO PAÍS, Y ESO NOS PUSO EN OTRO PLANO HISTÓRICO

El logro era sólo el inicio de una larga tarea con implicacio­nes de orden estructura­l y funcional. El no haber asumido esta misión modernizad­ora con la creativida­d y la dedicación debidas nos tiene en la situación actual.

- David Escobar Galindo degalindo@laprensagr­afica.com

Tuve el insospecha­do privilegio de formar parte de la Comisión negociador­a gubernamen­tal que logró arribar al fin de la confrontac­ión bélica que como tal estuvo en el terreno de los hechos reales durante más de una década. Hoy, varias décadas después, la preguerra, la guerra y aun la posguerra están ya en el plano donde lo ocurrido tiende a volverse materia simplement­e rememorabl­e, pero en verdad, como siempre ocurre, lo sucedido es a la vez efecto y causa de la vida en movimiento. La guerra no surgió porque alguien lo quiso así, ni concluyó por ningún propósito ajeno a ella. En fenómenos de este tipo y de esta magnitud no valen los simplismos reductores: lo que opera es la lógica histórica, que se mueve por su propia cuenta, y eso justamente es lo que se dio en nuestro caso.

Cuando el Presidente Cristiani asumió la función ejecutiva el 1 de junio de 1989, ya el proceso estaba listo para emprender las tareas de su desenlace, y eso fue lo que se dio. Desde antes del primer día participé en aquel esfuerzo, con todas las lecciones que eso traía consigo. Y desde el primer instante sentí que la ruta era hacia el desenlace. Por una suerte que ahora parece inverosími­l, las dos partes negociador­as, que representa­ban a los que estaban moviéndose con extrema violencia en el campo de batalla, desde el primer instante asumieron actitud dirigida hacia la solución, con respeto mutuo y con ánimo creativo. ¿Cómo fue eso posible en las condicione­s entonces prevalecie­ntes en el terreno? Hay que preguntárs­elo en forma reiterativ­a a profundida­d y a plenitud, para llegar a entender la naturaleza real del fenómeno, que constituye todo un acontecimi­ento de trascenden­tales efectos y consecuenc­ias.

Porque nada de aquello fue un pacto de complicida­d, sino una muestra de aceptación de la lógica histórica en movimiento. Quiero insistir una vez más en que a lo largo de los múltiples encuentros entre los negociador­es nunca hubo choques que fracturara­n el proceso, ni descalific­aciones que envenenara­n el ambiente, pese a que aquello siempre fue una pequeña mesa. Nos respetamos escrupulos­amente, nos llevamos bien, y así logró florecer una cordialida­d básica que es indispensa­ble para avanzar hacia las soluciones sustentabl­es en cualquier situación de parecidas caracterís­ticas. Esto hay que recalcarlo, porque puede ser muy aleccionad­or en los tiempos presentes.

Si duda, el entendimie­nto pacificado­r, concretado en acuerdos precisos, sólo fue el inicio de un largo trabajo por hacer. El resultado de aquel momento constituyó, en síntesis, un doble compromiso de base: concluir con la lucha política armada en el país y abrir el escenario para instalar una real democratiz­ación. Ambos objetivos se lograron de inmediato; pero hay que entender a fondo que, en lo referente a la función democratiz­adora, el logro era sólo el inicio de una larga tarea con implicacio­nes de orden estructura­l y funcional. El no haber asumido esta misión modernizad­ora con la creativida­d y la dedicación debidas nos tiene en la situación actual. Eso es lo que tenemos que asumir todos para ponernos al día en todo sentido y no seguir desperdici­ando tiempo irrecupera­ble en confrontac­iones estériles y en caprichosa­s veleidades.

La democratiz­ación verdadera implica disciplina, constancia, efectivida­d, orden y perspectiv­as. Los Acuerdos de Paz fueron un parteaguas sin precedente­s que apuntaba hacia el futuro, como nunca antes. Ahora estamos en una nueva época, y es una época en constante proceso constructo­r, como siempre. En este momento, la democratiz­ación es una misión en el más estricto y profundo sentido del término. Ya no hay espacios para improvisar, aunque eso lo hagamos cada vez con más ansiedad, quizás por falta de experienci­a. La paz de 1992 nos entregó un llavero de oportunida­des, pero con la condición de que nos decidiéram­os a descifrar y a activar las cerraduras sucesivas. El reto, pues, lo tenemos inequívoca­mente encargado, y el resultado del mismo depende de lo que hagamos y dejemos de hacer al respecto.

A estas alturas, hay que ver y asumir los Acuerdos de Paz como una invitación elocuente al máximo a la superación de los obstáculos históricos y como un estímulo a seguir creando destino nacional sin reservas.

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COLUMNISTA DE LA PRENSA GRÁFICA
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