UNA GENUINA RECONCILIACIÓN
En nuestro país existen profundas raíces de amargura a nivel familiar y social, es por ello quizá que se escucha nuevamente hablar de la ley de reconciliación nacional. La reconciliación, sea esta familiar o social, no es tarea fácil, de ahí que solemos huir en vez de enfrentarla. El caso del patriarca Jacob es un buen ejemplo para extraer algunas enseñanzas al respecto.
Jacob creció en una familia disfuncional donde su hermano Esaú era el preferido de su padre, Isaac, y él el preferido de Rebeca, su madre. Esta disfuncionalidad venía desde tiempo atrás, pues ya su padre se había casado con Rebeca para superar la muerte de su madre, lo cual no siempre es una buena motivación: “Y la trajo Isaac a la tienda de su madre Sara, y tomó a Rebeca por mujer, y la amó; y se consoló Isaac después de la muerte de su madre” (Ge.24.67).
Desde un punto de vista psicológico podríamos afirmar que la incapacidad de Jacob de enfrentar situaciones difíciles provenía de una relación fracasada con su padre. Jacob, además de inconsistente, era manipulado por su madre quien de forma inescrupulosa llega a montar una trama donde Jacob, haciéndose pasar por su hermano mayor, engaña a su anciano padre para recibir la bendición. Al enterarse de lo sucedido, Esaú decide matarlo y Jacob tiene que huir a la casa de su tío Laban, hermano de Rebeca.
Dios utiliza estas circunstancias para sanar el corazón de Jacob, aclarándole primeramente que a pesar de lo sucedido sigue estando en la línea de bendición. Por otro lado, cuando Dios le habla, lo remite ya no a Isaac su padre sino a Abraham su abuelo, iniciando con ello un proceso de sanidad interior: “Yo soy Jehová, el Dios de Abraham tu padre, y el Dios de Isaac; la tierra en que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia” (Ge.28.13).
Esta historia confirma que Dios acompaña a Jacob en su huida, pero también lo prepara para su regreso, dando con ello consistencia y esperanza a su vida. Jacob, por su parte, ya no responde con engaños sino con un compromiso: “E hizo Jacob voto, diciendo: Si fuere Dios conmigo, y me guardare en este viaje en que voy, y me diere pan para comer y vestido para vestir, y si volviere en paz a casa de mi padre, Jehová será mi Dios”
(Ge.28.20-21).
Transcurridos 20 años, tiempo durante el cual Jacob tuvo que someterse a las exigencias de su tío Labán y donde Dios siguió trabajando su corazón para quitarle el miedo de enfrentar a su hermano Esaú, Jacob decide regresar y emprende su camino para encontrarse con su hermano. Pero antes
Dios sale a su encuentro y, pasando toda la noche con él, lo libera completamente: “Y llamó Jacob el nombre de aquel lugar, Peniel; porque dijo: Vi a Dios cara a cara, y fue liberada mi alma” (Ge.32.30).
De acuerdo con esta historia, una genuina reconciliación pasa previamente por una verdadera reconciliación con Dios, de lo contrario, esta corre el riesgo de quedarse en el ámbito de lo superficial. La profundidad de la sanidad que Dios produjo en el corazón de Jacob le permitió no solo reconciliarse con su hermano, sino realizar su misión, la cual consistía en educar a doce hijos quienes serían los líderes de las doce tribus de Israel.
Sea familiar o social, no es tarea fácil, de ahí que solemos huir en vez de enfrentarla. El caso del patriarca Jacob es un buen ejemplo.