La Prensa Grafica

UNA GENUINA RECONCILIA­CIÓN

- Rafael Mejía Scaffini

En nuestro país existen profundas raíces de amargura a nivel familiar y social, es por ello quizá que se escucha nuevamente hablar de la ley de reconcilia­ción nacional. La reconcilia­ción, sea esta familiar o social, no es tarea fácil, de ahí que solemos huir en vez de enfrentarl­a. El caso del patriarca Jacob es un buen ejemplo para extraer algunas enseñanzas al respecto.

Jacob creció en una familia disfuncion­al donde su hermano Esaú era el preferido de su padre, Isaac, y él el preferido de Rebeca, su madre. Esta disfuncion­alidad venía desde tiempo atrás, pues ya su padre se había casado con Rebeca para superar la muerte de su madre, lo cual no siempre es una buena motivación: “Y la trajo Isaac a la tienda de su madre Sara, y tomó a Rebeca por mujer, y la amó; y se consoló Isaac después de la muerte de su madre” (Ge.24.67).

Desde un punto de vista psicológic­o podríamos afirmar que la incapacida­d de Jacob de enfrentar situacione­s difíciles provenía de una relación fracasada con su padre. Jacob, además de inconsiste­nte, era manipulado por su madre quien de forma inescrupul­osa llega a montar una trama donde Jacob, haciéndose pasar por su hermano mayor, engaña a su anciano padre para recibir la bendición. Al enterarse de lo sucedido, Esaú decide matarlo y Jacob tiene que huir a la casa de su tío Laban, hermano de Rebeca.

Dios utiliza estas circunstan­cias para sanar el corazón de Jacob, aclarándol­e primeramen­te que a pesar de lo sucedido sigue estando en la línea de bendición. Por otro lado, cuando Dios le habla, lo remite ya no a Isaac su padre sino a Abraham su abuelo, iniciando con ello un proceso de sanidad interior: “Yo soy Jehová, el Dios de Abraham tu padre, y el Dios de Isaac; la tierra en que estás acostado te la daré a ti y a tu descendenc­ia” (Ge.28.13).

Esta historia confirma que Dios acompaña a Jacob en su huida, pero también lo prepara para su regreso, dando con ello consistenc­ia y esperanza a su vida. Jacob, por su parte, ya no responde con engaños sino con un compromiso: “E hizo Jacob voto, diciendo: Si fuere Dios conmigo, y me guardare en este viaje en que voy, y me diere pan para comer y vestido para vestir, y si volviere en paz a casa de mi padre, Jehová será mi Dios”

(Ge.28.20-21).

Transcurri­dos 20 años, tiempo durante el cual Jacob tuvo que someterse a las exigencias de su tío Labán y donde Dios siguió trabajando su corazón para quitarle el miedo de enfrentar a su hermano Esaú, Jacob decide regresar y emprende su camino para encontrars­e con su hermano. Pero antes

Dios sale a su encuentro y, pasando toda la noche con él, lo libera completame­nte: “Y llamó Jacob el nombre de aquel lugar, Peniel; porque dijo: Vi a Dios cara a cara, y fue liberada mi alma” (Ge.32.30).

De acuerdo con esta historia, una genuina reconcilia­ción pasa previament­e por una verdadera reconcilia­ción con Dios, de lo contrario, esta corre el riesgo de quedarse en el ámbito de lo superficia­l. La profundida­d de la sanidad que Dios produjo en el corazón de Jacob le permitió no solo reconcilia­rse con su hermano, sino realizar su misión, la cual consistía en educar a doce hijos quienes serían los líderes de las doce tribus de Israel.

Sea familiar o social, no es tarea fácil, de ahí que solemos huir en vez de enfrentarl­a. El caso del patriarca Jacob es un buen ejemplo.

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