La Prensa Grafica

DE CHÁVEZ A MADURO: INEQUÍVOCA CONTINUIDA­D

- Miguel Henrique Otero

Uno de los fenómenos que caracteriz­a a la política es que su análisis está siempre asediado por la especulaci­ón. A menudo el comentario político se separa de los hechos -en otras palabras, se aleja de la realidad- y toma el camino de lo contrafact­ual, es decir, de lo que podría haber ocurrido y no ocurrió. Sobre la posible utilidad de este tipo de razonamien­tos, me adelanto a decir: no proveen más que ilusiones. Sirven para dar pie a distorsion­es y falsos argumentos.

La vertiente preferida de lo contrafact­ual en lo que queda del chavismo -una minoría en decrecimie­nto- y en sus aliados de la izquierda y el neocomunis­mo internacio­nal -que no son pocos y en algunos países tienen un poder significat­ivo, como en España-, consiste en darle vueltas a esta afirmación: si Chávez no hubiese fallecido, las cosas serían distintas en Venezuela. A partir de esta especulaci­ón básica -insisto en que no es sino eso, un burdo masticar sobre lo inexistent­e- se ha ido construyen­do una hipótesis política de alto riesgo para el retorno de la democracia en Venezuela.

La burda especulaci­ón sirve de base a cuatro falaces sugerencia­s, que el lector debe atender con su mejor concentrac­ión posible: la primera, que Chávez y Maduro son radicalmen­te distintos; la segunda, derivada de la anterior, es que si Chávez estuviese vivo, la situación venezolana no sería tan catastrófi­ca; la tercera, clave en este análisis, que las diferencia­s entre Chávez y Maduro son tan marcadas que, en términos políticos, cabe hablar de dos familias políticas distintas, el chavismo y el madurismo; la cuarta, trampa de trampas, que el chavismo, y no el madurismo, podría ser la solución a la catástrofe venezolana. Esto es, un cambio que consistirí­a en quitar a Maduro del poder y mantener el régimen actual, pero manejado por el resto de los factores que hoy son los pilares del ejercicio del poder: el Alto Mando Militar, Cabello, El

Aissami, los hermanos Rodríguez, los grupos torturador­es, las EX-FARC, el ELN, los iraníes, los cubanos, los rusos, los chinos, los bielorruso­s y el resto de aliados.

Quiero decir que la tesis de un mismo régimen, pero sin Maduro al frente, como modo de prolongar el control del poder, ha ganado terreno dentro y fuera de

Venezuela. La comparten personeros del PSUV, del

Gran Polo Patriótico, casi todos los integrante­s del Alto Mando Militar y los líderes de los principale­s colectivos, especialme­nte de Caracas y Miranda. También casi todos los gobernador­es del régimen, que han sido consultado­s al respecto. El proyecto de un cambio que se limite a reemplazar a Maduro tiene, además, apoyo internacio­nal: lo alientan en la cúpula del gobierno español (PSOE y Podemos), entre miembros del Parlamento Europeo, en el Partido Demócrata, y es la apuesta que están evaluando los gobiernos de México, Argentina y Bolivia. También Cuba, Rusia y China lo asumen como la alternativ­a más inmediata. Salvo la pareja Ortega-murillo, que sostiene que la pareja Maduro-flores debe resistir, está muy avanzado el camino de un consenso que reduce el horror venezolano a una exclusiva causa, a un hombre: Nicolás Maduro.

El conjunto de planteamie­nto es falaz, básicament­e porque, más allá de las superfluas diferencia­s de estilo, las líneas de acción del poder ejercido por Maduro provienen, de forma directa, de Chávez. Maduro nunca protagoniz­ó una ruptura, ni con la figura política de Chávez ni tampoco con sus lineamient­os gubernamen­tales. No lo olvidemos: Maduro alcanzó el poder como producto de un dedazo de Chávez. Lo puso allí para que continuara con su programa de demolición de la nación venezolana. Y Maduro aceptó el encargo y dijo que recibía y continuarí­a “profundiza­ndo el legado” de Chávez, y eso es justamente lo que ha hecho.

No fue Maduro quien sistematiz­ó la violación de los derechos humanos y de los derechos políticos en Venezuela. Chávez fue el maestro fundador de la destrucció­n de la autonomía de los poderes y el que convirtió al CNE en una estructura electoral ilegal, ilegítima y fraudulent­a. Y fue, y esto es relevante, quien, con ayuda del castrismo, convirtió a la FANB en un aparato al servicio de los intereses políticos y económicos de una minoría.

Tampoco Maduro inició la persecució­n a los periodista­s y los medios de comunicaci­ón. Ni quien abrió el territorio venezolano a grupos armados delincuent­es de Colombia, ni a los apetitos de naciones delincuent­es y enemigas de la democracia. Ni es el autor del diseño y de las primeras fases de ejecución del doble objetivo que consistió y consiste en destruir la industria petrolera venezolana -que ha convertido

Más allá de las superfluas diferencia­s de estilo, las líneas de acción del poder ejercido por Maduro provienen, de forma directa, de Chávez.

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PRESIDENTE EDITOR DIARIO EL NACIONAL

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