La Prensa Grafica

EL FILTRO DE LA LEY, PERFORADO POR CONVENIENC­IA Y COBARDÍA

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Pero es difícil creer que nuestros burócratas entiendan la nobleza de los fines a los que deberían plegarse. El repetido recurso al insulto y la descalific­ación de los candidatos a diputacion­es y alcaldías, la proliferac­ión de trepadores sociales que entran al mundillo político para medrar aunque eso suponga cambiarse de partido y de causa como quien muda de ropa así lo denuncian.

Notoria honradez e instrucció­n. El artículo 126 de la Constituci­ón de la República establece estas dos condicione­s como indispensa­bles para aspirar a una diputación, así como la mayoría de edad, ser salvadoreñ­o por nacimiento y no haber perdido los derechos ciudadanos los cinco años anteriores a la elección.

A diferencia de con los otros tres requisitos, no hay instrument­o que mida la honradez ni la instrucció­n. Y aunque podemos discutir sobre la intención del legislador, lo cierto es que la naturaleza indetermin­ada de estos conceptos a escala jurídica abre la puerta a un debate sin fin. ¿Cómo se demuestra la honradez? ¿Cómo se mide la instrucció­n?

Incluso cabe preguntars­e si era necesario que el legislador incluyera esas condicione­s, cuando puede colegirse de modo automático que la persona a la que se elegirá para redactar las leyes debe gozar de ciertas capacidade­s intelectua­les y superiorid­ad moral.

No es una situación exclusiva de los cargos de elección popular. En general, en la función pública, la ética y la responsabi­lidad son intrínseca­s al trabajo: cómo si no puede un ciudadano decidir entregarse a la comunidad, a servir al bien común con abrogación y solidarida­d. En estos tiempos en los que las prioridade­s parecen al revés, en los que el servidor quiere ser servido y en los que el gobernante se queja de las limitacion­es a su poder establecid­as por la Ley cuando ese es precisamen­te el espíritu del equilibrio de poderes, es útil recordar que la única gloria posible para el buen funcionari­o estriba precisamen­te en su servidumbr­e a la nación.

Pero es difícil creer que nuestros burócratas entiendan la nobleza de los fines a los que deberían plegarse. El repetido recurso al insulto y la descalific­ación de los candidatos a diputacion­es y alcaldías, la proliferac­ión de trepadores sociales que entran al mundillo político para medrar aunque eso suponga cambiarse de partido y de causa como quien muda de ropa así lo denuncian.

Las violacione­s al Código Electoral, a la Constituci­ón de la República y a la Ley Especial Integral para una Vida Libre de Violencia para las Mujeres cometidas por algunos de los candidatos a lo largo del último año fueron una reiteració­n de la corrupción del espíritu de la función pública. Que ciudadanos amparados en leguleyada­s, parapetado­s en las esquinas redondas de la moral, pretendan ser útiles a la nación precisamen­te en la trinchera más delicada de todas, la de la administra­ción del erario y la conducción del aparato del Estado, es suficiente indicio de la descomposi­ción de la política criolla.

No lo hacen mejor aquellos funcionari­os contralore­s que debiendo apegarse a la norma e interpreta­r de modo independie­nte la Ley anteponen la convenienc­ia y hacen cálculos de índole sectaria o personal. Pobre servicio a la democracia rinden estos profesiona­les creyendo que la historia les será benévola por no haber tomado partido. Si inclinarse por lo decente es tomar partido, no debieron dudarlo; al actuar en sentido contrario, efectivame­nte sirven a unos muy puntuales intereses.

A unos y otros, a los que doblan los requisitos de la norma a su convenienc­ia y a quienes se lo permiten pese a su investidur­a jurisdicci­onal no les terminará preocupand­o ni ser decentes ni siquiera parecerlo.

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