La Prensa Grafica

CON TRUMP, CONOCIMOS EL ROSTRO AMERICANO CON CRUDA ASPEREZA

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Ahora, especialme­nte en Latinoamér­ica, vemos el rostro de nuestro poderoso vecino de un modo más crudo, con la ventana abierta a sus contradicc­iones, a sus traumas, a su polaridad; es la nación que eligió a Joe Biden pero que tampoco le dio la espalda a Trump, cuyo caudal político sigue siendo respetable.

Antes de asumir su segundo periodo y ante el inminente triunfo de las fuerzas de la Unión sobre los confederad­os del Sur, el presidente estadounid­ense Abraham Lincoln sostuvo que el esfuerzo de todo el país era lograr una paz justa y duradera, lo cual requeriría gobernar "con malicia hacia nadie, con caridad para todos", creando las condicione­s "para vendar las heridas de la nación".

Esas palabras resonaron desde entonces en la historia contemporá­nea de los Estados Unidos cada vez que la gigante norteameri­cana cedió a sus peores apetitos, nunca mejor definidos que durante el periodo del saliente Donald Trump.

Durante la administra­ción Trump, Estados Unidos se vio asociado a antivalore­s que se creían abiertamen­te superados o al menos neutraliza­dos: segregacio­nista, supremacis­ta, incapaz de empatizar. Aunque era lógico que la agenda doméstica cambiase profundame­nte después del gobierno de Barack Obama, tal cual lo hizo en lo relativo al seguro de salud, al clima para las minorías y al pluralismo cultural, ni los demócratas más pesimistas creyeron que la convivenci­a social se vería tan dañada, que la interesada crispación se trasladarí­a a los siempre delicados terrenos de la religión o la sexualidad, que el aprecio a los valores democrátic­os sufriría tal menoscabo.

Mucho de lo ocurrido durante la administra­ción saliente fue estricta cosecha del exmandatar­io, de su estilo, personalid­ad y creencias; pero es igual de cierto que el tejido social era proclive a muchas de sus líneas argumental­es, y que si el germen segregacio­nista prosperó fue porque ya estaba ahí, ingente, esperando que alguien lo cultivara con método, disciplina, y sin rubor.

Los pecados de Trump no se explican sólo por Trump; la sociedad estadounid­ense soporta tensiones no resueltas desde hace décadas, en especial sobre si es ético que donde se pretende libertad no se luche por la igualdad. Esas energías estuvieron ahí durante el periodo de Obama y antes suyo en los de Bush padre, Bush hijo, Clinton, Reagan, etcétera. Pero el estilo, la narrativa y las pretension­es de girar hacia la izquierda del gobierno de Barack Obama hicieron creer al mundo que Estados Unidos era esencialme­nte un Estado noble, de espíritu tolerante y visión global. Fueron puras relaciones públicas.

Ahora, especialme­nte en Latinoamér­ica, vemos el rostro de nuestro poderoso vecino de un modo más crudo, con la ventana abierta a sus contradicc­iones, a sus traumas, a su polaridad; es la nación que eligió a Joe Biden pero que tampoco le dio la espalda a Trump, cuyo caudal político sigue siendo respetable.

El nuevo gobierno estadounid­ense no tendrá tiempo para el marketing del cual el anterior mandatario fue catedrátic­o: la pandemia, las tensiones diplomátic­as, la crisis económica y la provocador­a agenda antiinmigr­ación heredada de Trump obligaron ayer mismo a Biden a tomar acción.

Biden firmó decretos para proteger el programa DACA contra la deportació­n de los "soñadores", para detener la construcci­ón del muro con México y para anular el veto migratorio que impide la entrada a Estados Unidos a los ciudadanos de 11 países. Todas acciones extramuros, en las que segurament­e el gigante del Norte descollará pronto.

Lo otro, lo de curar las heridas de la nación, requerirá de unas energías, nobleza y conviccion­es para las cuales cuatro años probableme­nte no sean suficiente­s.

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