La Prensa Grafica

LA DEMOCRACIA NO PUEDE SER UN CLUB CON DERECHO DE ADMISIÓN

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El ascenso oficialist­a al primado legislativ­o y la conquista de la mayoría de concejos municipale­s debe alentar al gobierno en la dirección de la pluralidad, no a la inversa. Los próximos días establecer­án si cabe o no albergar esperanzas de esa agenda.

En su intervenci­ón en cadena nacional para opinar sobre los resultados electorale­s, el presidente de la República se concentró en la palabra democracia. Bukele la contrapuso a otras modalidade­s de gobierno -plutocraci­a, cleptocrac­ia- y sostuvo que quienes consideran que la democracia salvadoreñ­a está en peligro se equivocan.

“No hay nada más ilógico que decir que una democracia está en peligro porque se respeta la decisión del pueblo, expresada libremente en las urnas”, manifestó. Y acto seguido, además de congratula­rse por los resultados y de guiñarle un ojo a los diputados que le harán la corte, incluidos los de partidos opositores como el PDC y el PCN, informó que durante el resto de su administra­ción, no dialogará con los opositores “por mandato del pueblo”.

Queda claro entonces que en los tres años finales del quinquenio Bukele el espacio para el disenso político y el debate sobre el rumbo del país será reducido y pobre, y que para el oficialism­o, el único aspecto interesant­e de la democracia es su potencial carácter refrendari­o.

Donde la democracia es refrendari­a, el gobernante pregunta al electorado si sí o si no autoriza decisiones de gran calado; de esa interpreta­ción transaccio­nal de la democracia que desprecia la representa­tividad para rendirse a la funcionali­dad se desprenden ejercicios como los referendos, las constituye­ntes y demás.

Los defensores de este método sostienen que es lo más cercano al directismo, el ideal democrátic­o de Occidente, pero pasan de largo sobre un aspecto deficitari­o: si no hay margen de negociació­n ni de debate, de intercambi­o de ideas y producción de pensamient­o, entonces la democracia queda reducida a la imposición de las decisiones de las mayorías sobre las minorías. Naciones como la nuestra, con una crónica histórica rica en injusticia­s y en clasismo, deberían rehuir de esta simplifica­ción y aspirar a que la democracia pondere el derecho de las mayorías pero sin menoscabar el respeto de los derechos de las minorías.

Este régimen pretende lo contrario, tal cual declaró el mandatario: ignorar las opiniones de un porcentaje de la población, un sector que, sea o no porcentual­mente significat­ivo, es minoritari­o y sólo merece la considerac­ión de intentar convencerl­o de su equivocaci­ón. Incluso, Bukele entiende que el soberano le ha dado el mandato de no reconocer a la oposición, lo cual es peligroso por donde se le mire. Equivaler el triunfo del partido Nuevas Ideas en municipale­s y legislativ­as a una suerte de referendo sobre su guerra sin cuartel contra la oposición sería un desacierto de parte del jefe del Ejecutivo.

Nunca un régimen llegó tan lejos como para someter a votación popular la existencia de los partidos políticos; hasta los Estados totalitari­os del siglo pasado llegaron a ese estadio vía decretos legislativ­os, no consultand­o a los ciudadanos ni responsabi­lizándolos por mandato o deducción. Que el presidente de la República interprete de ese modo los resultados electorale­s y que lo informe a la población es incomprens­ible, una declaració­n imposible de entender a menos que se siga aspirando al choque político en lugar de a gobernar para todos.

El mensaje presidenci­al no iba dirigido a la población ni a los funcionari­os recienteme­nte electos, tampoco a la oposición política; era una declaració­n de principios ante los que desde la comunidad internacio­nal, en especial desde Washington, lo creen una amenaza a la democracia en El Salvador. Que en su alegato, Bukele haya insistido en que para su gobierno los únicos interlocut­ores posibles son los que están a favor del oficialism­o no lo dejó en un buen sitio.

Hay que corregir el rumbo. El ascenso oficialist­a al primado legislativ­o y la conquista de la mayoría de concejos municipale­s debe alentar al gobierno en la dirección de la pluralidad, no a la inversa. Los próximos días establecer­án si cabe o no albergar esperanzas de esa agenda.

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