URGENCIA DE LA AUTOCRÍTICA
En política, siendo el error un riesgo latente, la autocrítica es ejercicio permanente. O así debería serlo. Cuando además los errores han sido continuos, abultados, crasos, la introspección crítica no solo se vuelve necesaria: toma carácter de urgencia. A menos, claro, que ya ni siquiera se aspire a la relevancia, que en política equivale, muchas veces, a lograr la mera sobrevivencia tras el desastre.
Descreo de las posibilidades reales que en El Salvador tenga un partido de volver al poder tras haberlo perdido. Así como el PCN y el PDC jamás regresaron al mando del Órgano Ejecutivo tras dejarlo –el primero en 1979, el segundo en 1989–, tampoco me parece realista pensar que ARENA y el FMLN volverán al poder. (Igual pensaré de Nuevas Ideas, espero, el día que su ciclo en la Presidencia de la República se agote).
Lo anterior no significa que la actual oposición política no tenga la opción de reinventarse y convertirse en ese contrapeso –constructivo, audaz, imaginativo– que necesita nuestra hoy amenazada democracia. De hecho, existe la obligación histórica de asumir ese rol, pues lo contrario a ello es volverse cómplices, por acción o por omisión, de lo que viene.
Los partidos políticos adversos al régimen también deben entender que su papel ya no estará en la vanguardia de la lucha por los derechos políticos de los salvadoreños. Esa oportunidad la tuvieron en sus manos y, por diversas razones que ya he tratado, la desperdiciaron miserablemente. No. Esa primera línea le corresponderá ocuparla a la sociedad civil. En una entrevista a la que fui invitado por el colega columnista José Miguel Fortín, expresé así esta idea: “Si llega a hacerse necesario –Dios no lo quiera– que exista resistencia, esa resistencia será ciudadana... ¡o no será!”
Pero la oposición partidaria seguirá jugando un papel clave en términos de contención y denuncia. A esa minoría de diputados que exhibirán colores diferentes al cian, en la conformación del plenario legislativo, les corresponderá hablar más hacia afuera del hemiciclo que hacia adentro. En el Salón Azul tendrán poca o nula relevancia, ya se adivina, pero desde el micrófono de una curul se pueden decir cosas muy relevantes, siempre y cuando se digan bien, con el tono adecuado y la información precisa.
Habrá desde luego otras tareas significativas que hacer, pero, para hacerlas con eficacia, la oposición partidaria tendrá que pasar por la purificación de la autocrítica. Personajes que han sido un lastre –incluso nefastos– en su recorrido reciente tendrán que hacerse a un lado; ideas anquilosadas en el inconsciente colectivo militante deberán ceder espacio a nuevas estructuraciones mentales; las reacciones viscerales ante los análisis y las opiniones ajenas tendrán que sustituirse por madurez, respeto y una mínima inteligencia emocional. (Me dio mucha pena el correo de un conocido empresario, la semana pasada, que recurrió al insulto para expresarme su malestar por la crítica que había hecho a Nuestro Tiempo. Por ahí no se va a ninguna parte).
De lo que se trata es de aceptar la realidad de la época que vivimos buscando explicaciones que no nos ahorren ciertas verdades, por incómodas que sean. Si esto es necesario para cualquier sector importante de la sociedad salvadoreña, mucha mayor urgencia lo tiene para quienes han tenido responsabilidad directa en la edificación del escenario político actual.
Personajes que han sido un lastre –incluso nefastos– en su recorrido reciente tendrán que hacerse a un lado.