PODER Y DEMOCRACIA: UN JUEGO DE ESPEJOS
He escuchado la misma pregunta varias veces luego del 28F: “¿Qué puede hacer Nayib Bukele con el poder que tendrá a partir del 1 de mayo?” Con angustia o sin ella, exhibiendo ansiedad o no, la mera formulación de esta interrogante es suficiente para dimensionar la singularidad del escenario político en que nos encontramos.
La respuesta a esta pregunta, sin embargo, es sencilla, y trataré de explicarla con una analogía. Imaginemos a una persona que está delante de treinta espejos relucientes, al tiempo que recibe treinta piedras de regular tamaño. Adecuando la interrogante inicial, preguntémonos: ¿Qué puede hacer con esos treinta espejos esta persona que ha recibido igual número de piedras?
La respuesta es, como se ve, sencilla, tanto que a la vez resulta extremadamente inquietante: esta persona, en realidad, puede hacer lo que le venga en gana. ¿Existe la posibilidad que use las treinta piedras para reventar los treinta espejos? Sí, desde luego. ¿Talvez solo quiera romper unos cuantos, dependiendo de lo cerca que se hallen de su puntería? También. ¿Quizá no esté interesado en romper ningún espejo y resulte inusualmente controlado, a tal punto que termine por arrojar las piedras al suelo convencido de su inutilidad? Pues sí... Parece lo menos probable, pero sin duda podría ocurrir. ¿O será posible que ejecute un proceso más o menos sistemático de rompimiento de espejos, en el que este tipo dará uso a cada piedra dependiendo del espejo que en su momento tenga en la mira? También puede pasar. Y puede pasar porque, repito, todo cabe cuando alguien tiene treinta espejos frente a sí y está “armado” con igual cantidad de piedras.
Ahora hagamos el ejercicio de poner nombre a cada espejo. A uno llamémosle “libertad de expresión”; a otro, “separación de poderes”; a otro de más allá, “independencia judicial”; a uno más cerca, “respeto a la oposición política”... Los lectores seguro podrán bautizar al resto de espejos utilizando conceptos muy caros a cualquier demócrata: “libre iniciativa”, “Estado de derecho”, “libertad de conciencia”, “tolerancia a la crítica”, “igualdad ante la ley”, “transparencia y rendición de cuentas”, “dignidad humana”, “respeto a la vida”...
Cuando el 1 de mayo la “aplanadora cian” tome asiento en la Asamblea Legislativa –y ya imagino las actitudes con las que llegarán algunos–, el presidente de la República tendrá a su disposición el control de un órgano estatal que, desde la narrativa instalada por su programación neurolingüística, le ha estado bloqueando de manera obstinada. Pero hoy sus “enemigos” políticos estarán anulados y “sus” diputados tendrán la libertad de acción y criterio que él les permita.
Podrá hacer lo que desee, aunque no todos sus deseos tendrán los mismos efectos en las personas, alabanza.
Disponer, por tanto, de todas las piedras que necesita para hacer depender de sus exclusivas decisiones el avance o no de la democracia es, bien mirado, un riesgo político de primera magnitud: por fatigoso, por solitario y por permanente. La tentación de reventar espejos será un adversario más peligroso, para él, que la suma total de “los mismos de siempre”. En uno de esos espejos, además, si abriera bien los ojos, encontraría el reflejo del peor enemigo que tendrá a partir del 1 de mayo.
Podrá hacer lo que desee, aunque no todos sus deseos tendrán los mismos efectos en las personas, ni causarán uniforme alabanza.
ni causarán uniforme