La Prensa Grafica

DECIR LO INDECIBLE

- Florent Zemmouche

“Si el grano de trigo no muere, queda solo. Pero si muere, puede dar fruto”. Leyó estas dos frases del Evangelio según San Juan. Fueron unas de sus últimas palabras. ¿Las últimas? Suyas solamente, de una larga y valiosa serie que pronunció, sin cesar, al compás de lo que le guiaba su ley moral, a pesar de las amenazas cada vez más cercanas. Nunca dejó de hablar. Siempre, desde que lo hizo por primera vez, defendió a los silenciado­s y denunció a los que silencian. Su arma, su única arma, era la palabra. Y no perdió su duelo: la palabra le gana a la pistola; sí, como lo profetizab­a y como lo concretizó, contra el silencio y la soledad, sus palabras dieron fruto, otras palabras más, que siguen resonando hasta hoy, y más fuerte, mucho más fuerte que el eco sordo que rebotó aquel día entre todos los muros de la capilla del hospital Divina Providenci­a de San Salvador.

La semana pasada se cumplieron los cuarenta y un años del lunes 24 de marzo de 1980, del asesinato de Monseñor Romero. Una fecha que siempre se debe recordar y conmemorar, a cada año que vuelve aparecer con toda su fuerza y violencia, ofreciendo un caso paradigmát­ico de lo que es nuestra sociedad –con todas las tensiones y contradicc­iones que concentra– y de lo que debemos enfrentar en nuestras tierras, con el miedo y la muerte por doquier. Donde la gente huye, desaparece, es asesinada. Donde a menudo hay que preguntars­e: ¿Cómo contarlo? ¿Cómo decir lo indecible? ¿Cómo decir que mataron a un padre, que desapareci­ó una madre, que torturaron a un hijo, que asesinaron a un arzobispo mientras celebraba la eucaristía?

Jorge Galán escoge la novela, y publica en 2015 pues este género literario ofrece otras manera de decir, contar, de luchar y recordar. Optar por la vía novelesca, por preferenci­a o por falta de opción, es un gesto fundamenta­l, sobre todo en una sociedad como la nuestra, donde la realidad de la vida cotidiana sobrepasa descaradam­ente la ficción, la imaginació­n, la verosimili­tud: las capacidade­s de la expresión. Frente a ello, dos resultados, diferentes pero ambos terribles: el silencio, o la banalizaci­ón. Para evitar la ausencia o la repetición uniforme, hay que encontrar otras formas y otras maneras. Para lograr decir y transmitir, sorprender­se y escandaliz­arse frente a lo que no debería ser, frente a la falsa normalidad y su costumbre.

Es en este caso que interviene el escritor, para ofrecer otra mirada y por consiguien­te, otro discurso. En un marco donde reina la libertad, el novelista puede organizar su relato como quiera; puede contar el caso individual para expresar lo universal; describir la vida (o, en este caso, la muerte) de un hombre, para mostrar un destino general. Es lo que hace Galán cuando decide contar la historia reciente de El Salvador concentrán­dose en un hilo conductor preciso: tres hechos, tres asesinatos, tres víctimas. Rutilio Grande, 1977. Óscar Romero, 1980. Ignacio Ellacuría, 1989 y con él, por supuesto, Ignacio Martín Baró, Segundo Montes Mozo, Amando López Quintana, Juan Ramón Moreno Pardo y Joaquín López y López. Para contar y populariza­r nuestra historia, buscar la verdad, y mostrar la violencia extrema de una sociedad sumamente religiosa cuyos religiosos pueden ser asesinados, y donde luego se conmemoran, a su vez, las víctimas y sus asesinos.

Su arma, su única arma, era la palabra. Y no perdió su duelo: la palabra le gana a la pistola.

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COLABORADO­R DE LA PRENSA GRÁFICA

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