HAY TANTAS TAREAS POR HACER EN EL SISTEMA QUE SÓLO UNA VERDADERA ORGANIZACIÓN PUEDE GARANTIZAR BUENOS Y PERMANENTES RESULTADOS
En primer término hay que asegurar, sin alternativas ni evasivas, que el esfuerzo nacional se vaya dando de manera integrada, con propósitos bien definidos y con metas prácticas suficientemente racionalizadas. En otras palabras, hay que tener objetivos claros y suficientes, de tal forma que se le corten las alas de antemano a todo ejercicio de improvisación, como ese que tiende a dividir el curso del tiempo en estancias incomunicadas. El hecho, por ejemplo, de que haya ciclos de gestión, como son los períodos presidenciales, no debe verse como un mecanismo aislante, tal si fuera una simple práctica en cadena. Esto requiere madurez política, que es lo que más ha faltado en nuestro ambiente saturado de malquerencias obsesivas, de vicios estructurales y de fantasías perniciosas.
Aunque en un determinado momento se cumpla con todo lo que se puede hacer en la respectiva coyuntura, siempre la tarea evolutiva queda inconclusa por su propia naturaleza; y reconocer tal realidad es la base de un eficiente desempeño progresivo. Cuando se quiere agotar la agenda para llevarse todos los méritos de una vez, lo que se hace es volver artificial el esfuerzo, y eso es lo que hemos venido padeciendo en el curso del tiempo. Y ahora, cuando los problemas parecen haber perdido la paciencia, dicha distorsión se hace aún más peligrosa y destructiva. Hay que modificar, pues, en la ruta de la racionalidad, todas las viejas estrategias de avance, para no seguir cayendo en prácticas contraproducentes. Y los primeros llamados a hacerlo son los políticos, viciosamente acostumbrados a la arbitrariedad y al desatino.
Lo que quisiéramos ver no son meros golpes de pecho por resultados electorales adversos ni autogratificaciones por resultados electorales complacientes, sino una generalizada convicción de que tanto el presente como el futuro deben estar al servicio del país como ruta de destino compartido por todos los salvadoreños de este momento y de todos los momentos que vienen. Se trata de acogerse a los mandatos de una racionalidad sana y responsable, en la que todos encontremos instrumentos de sana prosperidad y acopios de fertilización creativa. A estas alturas, el único sustento que debe servirnos de base reconstructiva es la aceptación realista de lo que somos y de lo que debemos seguir siendo de cara a lo que viene. El Salvador es nuestro lugar de acogida y a la vez nuestro horizonte de superación profunda y permanente.
Y para que todo eso funcione, la clave está en la organización de las visiones y de las realizaciones. Y aquí entra en acción inexcusable lo que señalamos en el título: para que pueda haber buenos y permanentes resultados es indispensable contar con una verdadera organización de los planos, de los proyectos, de las perspectivas y de las expectativas. Lo que se requiere, pues, es que nada se vaya dejando a la buena de Dios ni nada quede suspendido en hilos de sustentabilidad imprevisible, y eso requiere que nos comportemos en toda ocasión y circunstancia conforme a las líneas de un eficiente progreso, al que hay que comprometerse de veras.
Y aquí viene a colación un punto que es, evidentemente, una de las claves del momento: el poder y su ejercicio están hoy a prueba más que nunca. Luego de las elecciones del 28 de febrero ha quedado a la luz, sin alternativa de disimulo, que el balance de fuerzas ha pasado a fase de restauración, si queremos que el sistema se mantenga sano, y tal restauración debe ser una dinámica original, porque todos los balances preestablecidos se han deshojado ante nuestros ojos. Tanto los que ganaron como los que perdieron en las urnas tienen que recrear todas sus estrategias, porque el directo mensaje ciudadano se orienta a que nadie pueda sentirse cómodo sin más.
Esta es hora de renovación a fondo, no de celebración ni de claudicación. Y la renovación en serio es lo que siempre requiere más empeño, más compromiso, más entereza y más sensatez. En esa línea, todos, absolutamente todos debemos poner nuestro respectivo aporte. Ya sabemos cómo se comporta la ciudadanía, y respecto de ella no nos cabe ninguna duda, porque su desempeño en los hechos ha sido un muestrario de sabiduría sobre todo en las circunstancias históricas más complejas y difíciles. Donde sí hay mucha tela que cortar y mucho esfuerzo correctivo y orientador por realizar es en lo que toca al comportamiento de las diversas fuerzas que se mueven en el ambiente.
La actual coyuntura en la que se hermanan como nunca antes lo global y lo nacional es el mejor escenario para desplegar los trabajos de organización renovadora que los tiempos nos demandan en formas tan diversas. Aprovechemos todos los factores antes enunciados para impulsar nuestras realidades en la ruta del bien común, que en todo caso es una línea que si bien se sigue lleva a lo mejor tanto para la sociedad en su conjunto como para cada uno de sus integrantes, que somos nosotros, los ciudadanos que hacemos la labor respectiva en el día a día.
Cuando se quiere agotar la agenda para llevarse todos los méritos de una vez, lo que se hace es volver artificial el esfuerzo, y eso es lo que hemos venido padeciendo en el curso del tiempo.