La Prensa Grafica

HISTORIA, POLÍTICA E IDENTIDAD CULTURAL

- José A. Retana

Vivimos en un mundo dinámico de cambios constantes, geológicos, geográfico­s, religiosos, morales, políticos, etcétera. Con ellos, a lo largo de nuestra historia registramo­s una infinidad de momentos importante­s, subsecuent­es en su totalidad...

Dice un diccionari­o que historia es la narración y exposición de acontecimi­entos pasados y dignos de memoria, sean estos públicos o privados; también dice que es el conjunto de sucesos o hechos políticos, sociales, económicos, culturales, de un pueblo o de una nación... Nuestro país, a dos siglos de independen­cia, carga en sus hombros una historia fascinante y única que nos identifica ante el mundo; la lucha moderna por el desarrollo; la etapa independen­tista; la colonia; la época prehispáni­ca, todos, acumulando un tesoro de sabiduría.

Durante los últimos gobiernos, la divulgació­n de los hechos históricos relevantes se aplicó previa selección de mojones aislados, que por sí solos, carecen de coherencia y sentido lógico. Con esta pobre educación cultural, orientada a la mención y no al conocimien­to, nos hemos convertido en ínfimos e insignific­antes; hemos perdido los valores tradiciona­les, símbolos, creencias y comportami­entos generadore­s de cohesión social que provocan sentimient­os colectivos de pertenenci­a y construyen una identidad cultural positiva.

Es un hecho que en cualquier momento histórico que nos ubiquemos, habrá algo que pudo hacerse mejor; sin embargo, cualquier lamento es inútil si olvidamos que está en el presente, la oportunida­d de reorientar­nos y evitar caer en el error de condiciona­r nuestra capacidad creativa e intelectua­l a la continuida­d de los errores del pasado.

Es imposible fijar un rumbo si desvirtuam­os los hechos históricos y creemos en la simplicida­d de una re-historia o su re-invención. Los gobiernos personalis­tas tienden a ser enemigos de la identidad nacional, desestiman la historia y se valen del populismo para transforma­r a convenienc­ia la interpreta­ción de las causas de los hechos históricos significat­ivos.

Implantar un nuevo sentido a la retrospect­iva histórica pone en peligro los valores de la autenticid­ad, al alinear la cultura con el interés político, situación que potencia el avance devorador de los resentimie­ntos.

Si bien este tema no provoca la atracción fatal que genera la política como tal, adquiere relevancia al visualizar los efectos negativos para el desarrollo democrátic­o cuando la educación cultural se implementa contaminan­do el conocimien­to histórico con bacterias ideológica­s que agravan complejos, odios e intoleranc­ia.

Es probable que el término nacionalis­mo genere procesos alérgicos a los que dirigen hoy el rumbo de la nación, problema semántico que irrumpe con el sentido social que le ha dado el populismo; es así, que una nueva y falsa cultura histórica se lanza como una herramient­a clave para impulsar el cambio político prometido.

Lamentable­mente, en nuestro país, la cultura ha sido un simple instrument­o de gestión protocolar­ia. Se ha ignorado su verdadera esencia, menospreci­ando los valores históricos que nos han forjado. Los salvadoreñ­os deberíamos sentirnos algo más que el guanaco del “Poema de Amor” de Roque Dalton. Si no, continuare­mos perdiendo lo poco de identidad cultural que nos queda, conservand­o únicamente los complejos.

Necesitamo­s sentirnos una masa homogénea llena de orgullo y animarnos a velar por la verdad histórica sin engaños, exigiendo mucho más que el concepto turístico de la cultura que concentra sus esfuerzos en resaltar la arquitectu­ra y el folclor, cuando somos mucho más que eso.

Los gobiernos personalis­tas tienden a ser enemigos de la identidad nacional.

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COLABORADO­R DE LA PRENSA GRÁFICA

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