HISTORIA, POLÍTICA E IDENTIDAD CULTURAL
Vivimos en un mundo dinámico de cambios constantes, geológicos, geográficos, religiosos, morales, políticos, etcétera. Con ellos, a lo largo de nuestra historia registramos una infinidad de momentos importantes, subsecuentes en su totalidad...
Dice un diccionario que historia es la narración y exposición de acontecimientos pasados y dignos de memoria, sean estos públicos o privados; también dice que es el conjunto de sucesos o hechos políticos, sociales, económicos, culturales, de un pueblo o de una nación... Nuestro país, a dos siglos de independencia, carga en sus hombros una historia fascinante y única que nos identifica ante el mundo; la lucha moderna por el desarrollo; la etapa independentista; la colonia; la época prehispánica, todos, acumulando un tesoro de sabiduría.
Durante los últimos gobiernos, la divulgación de los hechos históricos relevantes se aplicó previa selección de mojones aislados, que por sí solos, carecen de coherencia y sentido lógico. Con esta pobre educación cultural, orientada a la mención y no al conocimiento, nos hemos convertido en ínfimos e insignificantes; hemos perdido los valores tradicionales, símbolos, creencias y comportamientos generadores de cohesión social que provocan sentimientos colectivos de pertenencia y construyen una identidad cultural positiva.
Es un hecho que en cualquier momento histórico que nos ubiquemos, habrá algo que pudo hacerse mejor; sin embargo, cualquier lamento es inútil si olvidamos que está en el presente, la oportunidad de reorientarnos y evitar caer en el error de condicionar nuestra capacidad creativa e intelectual a la continuidad de los errores del pasado.
Es imposible fijar un rumbo si desvirtuamos los hechos históricos y creemos en la simplicidad de una re-historia o su re-invención. Los gobiernos personalistas tienden a ser enemigos de la identidad nacional, desestiman la historia y se valen del populismo para transformar a conveniencia la interpretación de las causas de los hechos históricos significativos.
Implantar un nuevo sentido a la retrospectiva histórica pone en peligro los valores de la autenticidad, al alinear la cultura con el interés político, situación que potencia el avance devorador de los resentimientos.
Si bien este tema no provoca la atracción fatal que genera la política como tal, adquiere relevancia al visualizar los efectos negativos para el desarrollo democrático cuando la educación cultural se implementa contaminando el conocimiento histórico con bacterias ideológicas que agravan complejos, odios e intolerancia.
Es probable que el término nacionalismo genere procesos alérgicos a los que dirigen hoy el rumbo de la nación, problema semántico que irrumpe con el sentido social que le ha dado el populismo; es así, que una nueva y falsa cultura histórica se lanza como una herramienta clave para impulsar el cambio político prometido.
Lamentablemente, en nuestro país, la cultura ha sido un simple instrumento de gestión protocolaria. Se ha ignorado su verdadera esencia, menospreciando los valores históricos que nos han forjado. Los salvadoreños deberíamos sentirnos algo más que el guanaco del “Poema de Amor” de Roque Dalton. Si no, continuaremos perdiendo lo poco de identidad cultural que nos queda, conservando únicamente los complejos.
Necesitamos sentirnos una masa homogénea llena de orgullo y animarnos a velar por la verdad histórica sin engaños, exigiendo mucho más que el concepto turístico de la cultura que concentra sus esfuerzos en resaltar la arquitectura y el folclor, cuando somos mucho más que eso.
Los gobiernos personalistas tienden a ser enemigos de la identidad nacional.