La Prensa Grafica

PASCUA DE RESURRECCI­ÓN

- Rutilio Silvestri rsilvestri­r@gmail.com

La fiesta de la Pascua de Resurrecci­ón es la fiesta más importante del año: la resurrecci­ón de Cristo, porque como San Pablo nos enseñó: si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe.

Cristo resucitó como lo había anunciado Él mismo. Con su muerte y resurrecci­ón nos ha ganado el Cielo a todos los que seamos fieles a su doctrina. Pero, ¿en qué hemos de concretar esa fidelidad?: en las cosas pequeñas de nuestra vida ordinaria. No podemos esperar a hacer algo grande por Dios, que a lo mejor, nunca se presentará la oportunida­d de realizarla.

Efectivame­nte, el Señor no nos pide hacer cosas extraordin­arias que se salgan de nuestra normal vida diaria. Lo que Él nos pide es que cada uno desempeñe con responsabi­lidad su trabajo, cuidando los detalles grandes o pequeños, para que este sea útil a las demás personas y contribuya al desarrollo de la sociedad y sea como el sacrificio de Abel, que Dios reciba con el gusto de que ese hijo suyo está santificán­dose y santifican­do a los demás con el ejemplo de su vida y con su servicio a los demás.

También nos pide que cada uno cuide de su familia, como lo más importante que lleva entre manos, tomando como ejemplo a la Sagrada Familia de Nazareth, de Jesús, María y José. Y en primer lugar, porque ese es el camino que Dios le ha marcado para que le dé gloria y se gane el Cielo como premio para toda la eternidad.

Por eso estos días de la Pascua son para vivirlos con especial alegría sabiendo que el Señor, con su Pasión,

Muerte y Resurrecci­ón, nos ha recuperado, por medio del bautismo, de la muerte del pecado, a la Vida Sobrenatur­al, que tendrá su consumació­n el Cielo, cuando Él nos premie con su Gloria.

Pero la alegría que el Señor espera de nosotros no es la del animal sano, sino esa alegría que proviene de saberse hijos de

Dios y estar luchando por ser fieles en todo, siguiendo su doctrina, como algo que no podemos manosear, cambiar o variar, según nuestros propios gustos.

Vamos a hacer el propósito de vivir bien nuestra fe, haciendo todo lo que agrade al

Señor y a evitar todo lo que aunque mínimament­e le pueda desagradar. Y esto lo lograremos cuidando nuestra formación doctrinal y espiritual.

Para esto, hemos de conocer a fondo el Catecismo de la Iglesia Católica, ese magnífico regalo que Dios nos ha hecho, ya que en él se encuentra toda la doctrina de Jesucristo, cómo vivirla y qué hemos de evitar para agradar a Dios y ayudar a los demás, como lo haría el mismo Señor.

Hagamos el propósito de estudiar el Catecismo, como algo muy importante para nuestra vida de relación con Dios y con los demás.

Nuestra Madre, la Virgen Inmaculada, está siempre pendiente de nosotros, sus hijos, de conseguirn­os esa felicidad que solo se puede lograr estando junto a su Hijo Jesucristo. Ella que, como Jesús, está también en cuerpo y alma junto a Jesucristo en el Cielo y ahí nos espera.

Estos días son para vivirlos con especial alegría sabiendo que el Señor nos ha recuperado, por medio del bautismo, de la muerte del pecado, a la Vida Sobrenatur­al.

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COLUMNISTA DE LA PRENSA GRÁFICA

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