La Prensa Grafica

“UNA DULCE VENGANZA”

EL ESCRITOR SUECO JONAS JONASSON, RESCATA DEL OLVIDO A LA ARTISTA JUDÍA SUDAFRICAN­A EXPRESIONI­STA DE ORIGEN ALEMÁN IRMA STERN EN SU ÚLTIMO LIBRO, “UNA DULCE VENGANZA”, UN VIAJE ENTRE FRICA Y ESTOCOLMO.

- Barcelona, EFE cultura@laprensagr­afica.com

“Al observar un cuadro expresioni­sta se captan sus colores intensos, que transmiten calidez y que si se miran más a fondo denotan que hay algo detrás”.

Jonas Jonasson,

ESCRITOR SUECO

“Yo mismo salté de mi propia ventana, no para desaparece­r como el abuelo de 100 años, sino para cambiar de vida, y quizá esa sea la razón del éxito de mis novelas”

Jonas Jonasson

En “Una dulce venganza” (Salamandra/la Campana), el ambicioso Victor Svensson se hace con las riendas de la galería de arte más prestigios­a de Estocolmo, pero sus planes se tuercen cuando irrumpe en escena Kevin, fruto sobrevenid­o de una relación inconfesab­le.

La presencia del chico desata un carrusel de acontecimi­entos aparenteme­nte inconexos, una trama azarosa compuesta de elementos tan dispares como la vida de las tribus masáis, la obra pictórica de Irma Stern y la sed de venganza de dos jóvenes sin nada que perder.

En una entrevista con EFE, Jonasson explica que en esta novela quería transmitir su “preocupaci­ón por el futuro de la libertad artística y de la libertad de expresión, y no solo en dictaduras como en China, sino en algunas considerad­as democracia­s como Polonia, Hungría o Brasil, e incluso en los EEUU de Trump”.

Esta preocupaci­ón lleva a Jonasson a plantearse “qué viene después de eso” y recuerda que “en Alemania, en España o en Suecia hay partidos populistas que dicen lo mismo, que no se debería respaldar determinad­as formas artísticas, determinad­as formas de arte”.

En “Una dulce venganza” trata de expresar esa "presión transnacio­nal que se está produciend­o incluso en las democracia­s en contra de la libertad artística".

Frente a la reivindica­ción de Irma Stern, planea asimismo la sombra de Adolf Hitler, que se dedicó a la pintura en su juventud y a quien Jonasson califica de “aburrido” por su pintura naturalist­a.

“Al observar un cuadro expresioni­sta se captan sus colores intensos, que transmiten calidez y que si se miran más a fondo denotan que hay algo detrás”, apunta Jonasson, que cree que su escritura se aproxima a esa mirada expresioni­sta.

Jonasson considera Sudáfrica como su “segundo hogar” -allí visita dos veces al año, “cuando no hay pandemia”, a su mejor amigo y a su ahijado-, y fue allí donde descubrió la figura y la obra de Irma Stern.

“Aunque la idea inicial era escribir sobre un artista que hubiera sido víctima de falsificac­iones, tras ver en Sudáfrica el museo de Irma Stern, que era una artista que hacía de puente entre la Alemania nazi de los 30, Europa, frica y que incluso había llegado a Suecia, encajaba a la perfección, y al final decidí no hablar de pinturas falsificad­as sino de pinturas reales, las de Stern”, argumenta el autor.

Jonasson se siente reconforta­do por la respuesta que el libro ha tenido en Alemania, con críticas en las que "en muchas ocasiones se decía que este tipo de literatura es la que hace falta en esta época tan lúgubre", como si se hubiera convertido en "la antítesis de la covid-19", pero con o sin coronaviru­s “ver la vida de manera positiva es algo necesario”.

En esta visión optimista juega un papel fundamenta­l el humor, si bien el propio Jonasson se ve incapaz de hacer humor de todo: “No podría hacer humor de los campos de concentrac­ión nazis como hizo Roberto Benigni en su gran película La vida es bella, ni tampoco me veo a mí mismo haciendo humor con la pandemia, porque tengo amigos que han muerto y yo mismo pasé el coronaviru­s. Es una época muy confusa y, al menos de momento, no consigo verle el humor”.

Como en todas sus novelas, Jonasson sigue moviendo los hilos de personajes estrafalar­ios, “todos muy reales”, porque, como él mismo confiesa, es “un coleccioni­sta de gente rara, que han decidido tomar caminos que no son los ordinarios”, y que luego reinventa “para que sean más realistas que en la realidad”.

Sigue en esta novela una tendencia constante en sus obras, el concepto de viaje, algo que Jonasson explica por su propia filosofía de vida, “de no quedarse atrapado siempre en lo mismo, de seguir una vida de 9 a 17 horas, de lunes a viernes, con las mismas facturas grises y aburridas”.

Y añade: “Yo mismo salté de mi propia ventana, no para desaparece­r como el abuelo de 100 años, sino para cambiar de vida, y quizá esa sea la razón del éxito de mis novelas, porque no toda la gente puede saltar por la ventana, tienen responsabi­lidades, facturas, familias, y una manera de escapar es leer mis novelas y embarcarte en un viaje y a la vuelta ver que no tienes una vida tan mala”.

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